lunes, 16 de julio de 2012

Los Anarquistas en la Huelga General de 1936 en Argentina


A continuación dos extractos de trabajos que profundizaron no solo sobre la Huelga General del 36 sino también sobre las organizaciones que actuaron en ella, una de ellas la Alianza Obrera Spartacus. El primer extracto es sobre el trabajo de Nicolás Iñigo Carrera “La Alianza Obrera Spartacus” publicada como Documento de Trabajo Nº 26 del Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina, publicada en pimsa.secyt.gov.ar. El segundo es un extracto del trabajo de Javier Benyo “La Alianza Obrera Spartacus” publicado en la colección Utopía Libertaria; Editorial Anarres, Buenos Aires 2005.

“La Alianza Obrera Spartacus”
Por Nicolás Iñigo Carrera

El momento histórico y la situación de la clase obrera
“El momento que estamos analizando, las décadas de 1930 y 1940, se ubica dentro del período de  la  historia  del  capitalismo  argentino  caracterizado  por  el  desarrollo  del  capitalismo  en general (relación capital - trabajo asalariado) más en extensión que en profundidad  y que se manifiesta en un crecimiento de la industria.

A  esta  expansión  se  corresponde  en  el  campo  de  las  relaciones  políticas,  un  proceso  de creciente ciudadanización e institucionalización de distintas fracciones sociales que se hace evidente desde mediados de la década del ’40 pero se desarrolla desde la década del ’30, si bien no en forma lineal.”

“En la esfera de las relaciones de fuerza internacionales, es el momento en que a pesar de las simpatías que despierta el fascismo triunfante en Europa en una parte de la clase dominante argentina, se refuerzan  los  lazos  de  pertenencia a la cadena de países dependientes  del  imperialismo  inglés, aunque se incremente la presencia de capitales norteamericanos  en el país.  Como ocurre en todo el mundo, en las relaciones de fuerzas políticas adquiere relevancia el  alineamiento con relación al fascismo, y en particular al proceso revolucionario y la guerra civil que se desarrollan en España.”



“En el campo de las relaciones políticas, la crisis del sistema electoral se había hecho evidente con la deposición de Yrigoyen. El golpe de estado  del 6 de septiembre de 1930 aseguró a la cúpula de la burguesía  argentina  el control  total del gobierno  del estado,  para poder  implementar,  según  sus intereses, las políticas necesarias para adecuar el país a las nuevas condiciones que imponía la crisis económica mundial desatada en 1929. La proscripción del  radicalismo en 1931 y el fraude electoral, mantuvieron fuera del gobierno a fracciones de  burguesía y pequeña burguesía que, afectadas por la política gubernamental,  comenzaron  a  buscar  alguna  alianza  con  fracciones de la clase obrera. El fracaso de los cuadros militares radicales que intentaron recuperar el gobierno por las armas, apelando

incluso  a un entendimiento  con grupos  anarquistas, llevó a los cuadros políticos del  radicalismo a abandonar la abstención electoral, en 1935. (Nota del Autor: Aunque existieron conspiraciones que incluían a militantes del anarquismo, los dirigentes radicales fueron renuentes  a entregarles armas y nunca se concretaron.  Referencias en  Riera Díaz, Laureano; Memorias de un luchador social (1926-1940); Buenos Aires, edición del autor, 1981.)”

“Para la clase obrera, 1935 se ubica en un momento ascendente de sus luchas. Los efectos de la  crisis  económica  mundial  de 1929 sobre la población  obrera  habían  tenido  una  de  sus mayores manifestaciones en el incremento  de la desocupación.   El Censo de  Desocupados  realizado  por el Departamento Nacional  del Trabajo,  que por la manera en que  fue realizado  tendía a subestimar  el número de las personas sin empleo, registró un total de  334.000 desocupados en el país. Sólo en el Albergue  oficial  de Puerto  Nuevo  se alojaban  2.000,  “cuidadosamente  fichados  y  controlados” (Nota del Autor: Archivo General de la Nación  – Fondo Justo; Caja 45 (Período 1920-1933); Ministerio del  Interior; Documento N° 152; foja 407.) De manera que un aspecto que presentó la lucha de los obreros en los comienzos de la década de 1930 fueron las manifestaciones de desocupados en la ciudad de Buenos Aires y, en 1933, los saqueos y destrozos  contra  las  Grandes   Despensas   Argentinas  y  otros  comercios  de  la   Avda. Canning, protagonizados por desocupados de la Villa Esperanza (Puerto Nuevo).“

“El gobierno del general Uriburu persiguió con especial saña a los militantes anarquistas. En 1930 fue fusilado Joaquín Penina, acusado de ser el autor de un volante contra el gobierno. El mismo año los choferes anarquistas José Santos Ares, José Montero y Florindo Gayoso,  apresados por un conflicto en la General Motors, fueron condenados a muerte por un tribunal militar (con la confirmación del Consejo Supremo de Guerra y Marina) acusados de atentado, incendio, asaltos y tiroteos con la policía; pero la movilización en contra de la medida, que incluyó gestiones de la C.G.T. y de la colonia española, logró que se les permutara esa pena por la de  cadena perpetua. En 1931 fueron fusilados Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó.

Aunque no refiere directamente  al tema de este trabajo debe recordarse  que aun  durante el gobierno de  Uriburu  los  anarquistas  no  habían  dejado  de  actuar  en  el  movimiento  sindical[1], ni de realizar acciones  contra quienes los perseguían[2].  Muchos fueron apresados y  encarcelados en Villa Devoto y en Ushuaia, junto con militantes comunistas. Entre los enviados a Ushuaia estaban Horacio Badaraco  y  Domingo  Varone,  que  más  tarde  formarán  parte  de  Spartacus.” 

“El 7 y 8 de enero de 1936 se produjo la primera y más importante huelga general con  repercusión nacional en la década de 1930. Declarada  como demostración  de fuerza y apoyo  por el Comité de Solidaridad y Ayuda con los Obreros de la Construcción, en huelga desde octubre de 1935, la huelga general devino  en combate  de masas  en la mañana  del  día  7,  cuando  manifestantes  de distintas fracciones  y  capas  proletarias  y  populares  (obreros  de   fábricas,  talleres  y  de  la construcción, trabajadores domiciliarios, mujeres, jóvenes, pobres), que pretendían hacer efectivo el cumplimiento de la huelga y realizar mitines -asambleas, enfrentaron a la policía obligándola a abandonar las calles de buena parte de la ciudad de Buenos Aires. En esta huelga, lo mismo que en la huelga de los obreros de la construcción,  se hizo  manifiesta  la confrontación  entre las distintas  alternativas  (insertarse  en el sistema   institucional  político   y  jurídico   en  las  mejores   condiciones   posibles   sin  pretender  su transformación de raíz, realizar una lucha “mejorativista” sin perder de vista la transformación radical del sistema social o rechazar toda vinculación con el sistema institucional)  planteadas a  la clase obrera argentina.”

“Los  miembros  de  la  Alianza  Obrera  Spartacus  tuvieron  una  importante  participación  en  la organización de la huelga general de 1936 y en las acciones de masas en las calles. Y, a diferencia de otras organizaciones políticas vinculadas al movimiento obrero, asumieron la autoría de esas acciones, lo mismo que el Comité Regional de Relaciones  Anarquistas  (C.R.R.A.). (Nota del Autor: El  C.R.R.A.  y  Spartacus  asumieron  públicamente  las  acciones  callejeras  mientras  la  F.O.R.A. rechazaba  la  declaración  de  la  huelga,  los  socialistas  repudiaban  esas  acciones,  que  atribuían  a individuos ajenos al movimiento obrero, y los comunistas se desentendían de ellas atribuyéndolas a los fascistas infiltrados.

“Antonio Cabrera y Lorenzo Cruz, los principales dirigentes del Sindicato de Pintores, que se integró a la Federación Obrera  de Sindicatos de la Construcción (F.O.S.C.), eran miembros de Spartacus. Horacio Badaraco, orientador de la Alianza Obrera Spartacus, redactó los boletines de huelga y a él se atribuye el plan del Comité de  Solidaridad  con  los  Obreros  de  la  Construcción  para  desarrollar  las  acciones  en  las  calles  de Buenos Aires, organizando  mitines -asambleas sucesivas avanzando  desde la periferia al centro de la ciudad[3]”.

Nicolás Iñigo Carrera en este trabajo cita una entrevista a Romano: “Sí, en las  acciones callejeras tuvo mucho que ver. No sé cómo habría que llamarlo, como estratega (...);  pero él desde luego que tuvo mucho que ver con la planificación de esos actos; porque no fueron actos hechos así a tontas y a locas; fueron actos que tuvieron más o menos una calculada efectividad; en los distintos barrios las cosas fueron... había una conexión, había una relación; en eso Badaraco tuvo mucho que ver”[4]. Un  miembro  de  Spartacus  que  estuvo  entre  los  que  realizaron  acciones  para  garantizar  el cumplimiento de la huelga en la zona de Villa Mitre y  Villa  del Parque recuerda que “la consigna de nosotros era los dos días meterle fuego al barrio. Era una directiva que teníamos, que la había traído Antonio Cabrera de parte de Horacio Badaraco. Los dos días en el barrio”

 

 

 

 

 

 

 

 “La Alianza Obrera Spartacus”

Por Javier Benyo

 

La Huelga General de Enero de 1936

La huelga general de enero de 1936 no sólo es la cúspide de las luchas obreras  de la década,  sino también  el pico de la in- fluencia política  de Spartacus.  El movimiento  huelguístico  de los obreros de la construcción culminó con dos días de intensos combates que hicieron recordar a los de enero de 1919. La huelga había comenzado  el 23 de octubre del año anterior. De acuerdo con lo decidido tres días antes en una asamblea  general de los albañiles,  los trabajadores abandonaron el trabajo  ante la negativa de la patronal de aceptar  el pliego de condiciones  que exigía aumentos  de salarios,  mejores condiciones  de trabajo  y el reconocimiento del Sindicato  Obreros  Albañiles,  Cemento Armado  y Anexos. El 15 de noviembre  en una multitudinaria asamblea  en el Luna Park se decidió el paro de todos los gremios afiliados a la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción.  Spartacus  dio una vívida descripción  de una de las asambleas  que dictaminó  una suspensión  total de la actividad del ramo durante  casi 60 días:

Por sobre el rumor  de colmena de la muchedumbre que llena el estadio, puñados  de blancos volantes flamean en el aire. Las manos  se alzan y cazan al vuelo los papeles. Hay sed de leer todo lo que pueda decir una palabra nueva de la huelga; manifiestos y periódicos tiemblan en esas manos endurecidas por los trabajos  más rudos. Cuando  el altavoz grita su primer palabra, el rumor  se ahoga en un suspiro denso y los millares de ojos buscan la cara amiga de los camaradas del comité de huelga y de los delegados.[5]

 

La FOSC, que tuvo en los comienzos la dirección del movimiento,  había nacido por una iniciativa  de Spartacus  a través del Sindicato  de Obreros  Pintores  comandado por  Cabrera. Además de la organización de orientación espartaquista, la federación  reunía  al Sindicato  Obreros  Albañiles  (de dirección comunista), y a una serie de pequeños gremios que en su mayor parte, según Durruty, estaban dirigidos por anarquistas: el Sindicato de Obreros  Marmolistas, Sindicato de Obreros  de la Industria  Eléctrica,  Sindicato  de Obreros  Yeseros, Sindicato  de Obreros Picapedreros, Sindicato de Colocadores de Vidrio, Sindicato Obreros  Montadores de Calefacción.[6]  Este proceso de unificación, cuyo ejemplo Spartacus  esperaba  que cundiera  en otras  ramas  industriales, fue calurosamente saludado  por  el grupo como la realización  de una de sus principales  aspiraciones: la creación de sindicatos  por rama de industria:

El movimiento  de concentración proletaria se está operando en todas las ramas.  La construcción, con millares de trabaja- dores en vísperas de una total reorganización unitaria, con los centenares  de  huelguistas  que  en los últimos  tiempos  han revistado en sus cuadros gremiales, opondrá al capitalismo de empresa el compacto block de un proletariado que ha elaborado, bajo las normas del más nítido federalismo  obrero, verdaderas  armas para la lucha sindical revolucionaria.[7]

Una vez declarada  la medida de fuerza se procedió a la formación de un Comité de Huelga.  Los militantes  de Spartacus Cruz y Cabrera, en representación de los pintores, participaron en él de manera destacada. Ellos invitaron  a Badaraco a una de las reuniones  y, luego de una de sus intervenciones,  se decidió que fuera él, con la colaboración de Romano, quien redactara los boletines del Comité.[8]

El modo de acción sindical adoptado por la FOSC se correspondía  en todo  con  la acción  directa  propugnada por  los anarquistas. La secuencia de los hechos se condice a la perfección con la descripción dada por Basanta acerca de las características de la acción directa: se decidió en una asamblea general los puntos  que integrarían el pliego de condiciones,  se lo pre- sentó  a los empresarios y ante  la negativa  de la patronal de satisfacer las demandas, se llamó  a la huelga.  Como  afirma Durruty: “El movimiento  no está precedido  por  una  fase de negociaciones;  el 22 de octubre  el sindicato  hace llegar a las empresas un pliego de condiciones; al día siguiente comienza la huelga”.[9]  Si a esto se le agrega  que la FOSC no había  sido reconocida  oficialmente,  y por el momento  no buscaba  ese re- conocimiento sino el de las cámaras  empresariales, la actuación en su interior  no implicaba  para  Spartacus  grandes  contradicciones con los principios anarquistas. Cabrera, el dirigen- te espartaquista que tuvo mayor protagonismo en la constitución de la federación,  alcanzó en la primera  época el cargo de secretario  de la Comisión  de Organización. Posteriormente, integró en varias ocasiones tanto el Consejo Federal de la FONC como la Comisión Directiva del Sindicato Único de Obreros  de la Construcción.

La huelga despertó  enormes caudales de solidaridad entre la población. Se llevaron adelante exitosamente numerosas campañas en los barrios  de la Capital  Federal para reunir fondos destinados a los comedores obreros dispuestos para alimentar a  los huelguistas  y sus familias.  Con  el correr  de los días el conflicto fue tomando un carácter  cada vez más violento.  Fue así que, en uno de los actos realizados  en diciembre para apoyar el paro,  fue asesinado  por la policía un obrero  anarquista en el barrio de Flores. Por esa misma época se formaba  el Comité de Solidaridad  y Defensa con los Obreros  de la Construcción que sería el encargado  de declarar la huelga general del 7 de enero  y su extensión  por  24 horas  más. El Comité,  cuyo secretario  era Mateo  Fossa (del Partido  Socialista  Obrero  y dirigente  del sindicato  de la madera),  fue establecido  a partir de un núcleo original  de organizaciones que estaba integrado por la Federación  Obrera  Marítima, la Federación  Obrera  en Construcciones Navales, la Federación Obrera  de San Fernando, el Sindicato  Único de Obreros  en Madera  y la FOSC. De este núcleo, el Comité de Solidaridad  se expandió  hasta agrupar  a 68 organizaciones de distinta  importancia. Spartacus ocupó  un lugar de relevancia  en su interior  principalmente a través  del Sindicato  de Obreros  Pintores,  pero  también  mediante  otras  organizaciones. Las crónicas  registran  la inclusión de una  “Seccional  de Lavadores  y Limpiadores  de Autos”:  es probable  que se trate  de una fracción  del gremio en que  militaba  Badaraco, acaudillada por  el dirigente  espartaquista. También  estaba presente la Federación  Local de San Fernando en la que, como ya se ha visto, el grupo parecía tener algún predicamento.

Para expresar su posición ante la huelga, la agrupación anarquista emitió un manifiesto dirigido “a todo el proletariado, a los obreros de todos los sectores, a los trabajadores volcados en la lucha”.  Allí sostenía:

Hoy, por resolución vuestra,  por voluntad  vuestra,  es la huelga general. Desde vuestro seno, a vuestro lado, luchando  junto a vosotros,  los trabajadores anarquistas os invitamos  a levantar  la causa  de la  huelga  general,  lo más alto que os sea posible para sacarla de lo más profundo de las masas proletarias,  del corazón  y los puños  de los millares  de jóvenes,  de obreras y obreros ardientemente identificados en la calle, como una sola y enérgica voluntad de clase, de la inmensa clase obrera que por sobre todas las defecciones, los derrotismos, el terror, las prisiones,  deportaciones y procesos,  sabe concentrar en sí misma  la vigorosa  respuesta  de la huelga  general  contra  el patronato industrial, la reacción y el fascismo.

Sea la huelga general la afirmación  totalitaria del vuelco del proletariado en la calle. Sea el creciente y vigoroso acto donde todos los trabajadores, unidos en la lucha, por sobre las defecciones y las sombras de derrota, las jefaturas parlamentarias y de partido, divisionismo  de las burocracias sindicales y todos los  emboscados  propósitos de entrega,  hagan  la  recapitulación de su verdadera  fraternización proletaria. Alzad, entonces, el movimiento  de la huelga general al nivel de las grandes demandas  del proletariado.[10]

La huelga era vista como el momento  decisivo de un proceso de creciente agitación entre las masas. Se estaba entrando en una etapa de definiciones  en la que las fuerzas burocráticas y aquellos que formaban parte de la oposición  a las direcciones obreras, pero que pregonaban la acción de tipo institucional, se verían desbordados y derrotados por la potencia del proletaria- do en lucha. Por otra parte, Spartacus  promovía  que la huelga de la construcción no terminara en el reclamo de un solo sector del proletariado. La gigantesca  energía  movilizada  alrededor de la lucha de los albañiles debía transformarse en una huelga general para que en ella encontraran cauce una multiplicidad de luchas y reclamos que hasta el momento  se hallaban  dispersos. De esta manera,  confluirían  el pedido por los procesados de Bragado y otros  presos  sociales,  la lucha  contra  las leyes 4144 y de Asociación Ilícita, el antifascismo, y los reclamos por los derechos de libertad de prensa, reunión y organización.

La influencia  de Spartacus  en el movimiento  puede  apreciarse en el hecho de que buena parte de estos reclamos fueron tenidos  en cuenta  por  el Comité  de Solidaridad  a la hora  de declarar la huelga general. En un comunicado redactado el mismo día en que se convocaba  al paro,  el Comité  expresaba  su solidaridad con los presos de Bragado, los panaderos condena- dos a cadena perpetua y los procesados por asociación ilícita de los gremios de Chauffeurs, Panaderos  y Lavadores de Autos. Se exhortaba, finalmente, al pueblo a “proseguir firmemente en la lucha por la liberación  de todos los presos sociales”.[11]

Para el día 7, el Comité  había  dispuesto  la realización  de asambleas  por la mañana  en numerosos  puntos  de la Capital Federal. En cada una de las reuniones  hablarían dirigentes de los gremios de la construcción y de los que se habían plegado a la lucha. Las asambleas debían confluir en un acto central a las 16 horas en Plaza Once. La organización de la huelga preveía que Cabrera  hablara  a las 10, en Almirante  Brown y Pedro de Mendoza, barrio de la Boca. Cruz, por su parte,  lo haría a las 11 en Rivadavia y Centenera. Algunos testimonios  indican que este plan fue diseñado por Badaraco.[12] Los hechos de violencia sucedidos desde horas muy tempranas impidieron  que este es- quema se pudiera  llevar adelante.  Los espartaquistas tuvieron un rol fundamental en la organización de los combates callejeros. De acuerdo  con el relato  de Romano: “[Badaraco] tuvo mucho  que ver en la planificación  de esos actos;  porque  no fueron actos hechos a tontas y locas; fueron actos que tuvieron una más o menos calculada  efectividad”.[13]  Otro militante  sostiene: “la consigna que nosotros  teníamos era meterle fuego al barrio.  Era  una  directiva  de Antonio Cabrera  de parte de Horacio Badaraco”. Los piquetes se adueñaron de las calles antes del mediodía, no sin antes hacer uso de violencia, en especial contra  los medios  de transporte, para  hacer  cumplir  las directivas del Comité de Solidaridad. “En Nazca y Arregui encontramos un ómnibus  Imperial,  bajamos  a los pasajeros,  hablamos con el conductor y después lo escupieron, la gente estaba indignada  con el conductor, finalmente quemamos  el ómnibus”, relata el mismo militante  de Spartacus.

Más temprano, alrededor de las siete de la mañana  se había producido  en Villa Urquiza el primer  enfrentamiento armado que tuvo como resultado  tres muertos,  dos policías y un manifestante, y 16 heridos. En el mismo lugar, las fuerzas del orden sufrieron otra baja un par de horas  después cuando  el agente Beloppo  murió  a causa de las heridas  de bala recibida  en un tiroteo con huelguistas. La policía acusó a Basanta de ser quien puso  fin a la vida de uno  de los agentes.  Para  escapar  de la persecución  estatal,  tiempo  después el militante  de Spartacus debió huir de la Capital y refugiarse clandestinamente durante ocho años en San Juan, en donde llegaría a ocupar  el cargo de secretario  general del PC.[14]  De esta manera,  el grupo perdía a uno de sus principales  hombres  de acción.

Otros dos manifestantes murieron  en extrañas  circunstancias. Jaime Chudi  murió en el Hospital Israelita  de una “conmoción cerebral”  luego de haber sido detenido  por la policía. La versión oficial indicaba que Chudi falleció como consecuencia de un golpe al caerse antes  de ser arrestado. El sindicato textil al que pertenecía Chudi denunció que su muerte era producto de los golpes aplicados  por los agentes  de la ley. Algo similar ocurrió  con Jerónimo  Osechuk,  en el barrio  de Nueva Pompeya.  El relato  policial  sostuvo  que  el obrero  panadero murió  en un tiroteo.  El diario  La República  dio una versión diferente del hecho: “Osechuk se hallaba ese día tranquilamente esperando  la iniciación  de la conferencia  autorizada por la policía,  en Sáenz y Roca,  cuando  sin que mediara  incidencia alguna,  se le acercó  un  sargento  y le disparó  un  balazo  a quemarropa”.[15] A esta altura del día, la policía ya había detenido a varios dirigentes de la huelga. Entre ellos figuraban Cruz y el secretario  del Comité de Solidaridad, Mateo  Fossa. A estos se le agregaría en horas de la tarde Guido Fioravanti, el principal dirigente  de la construcción. Al terminar  la jornada  entre 500 y 3.000 personas,  según las distintas  fuentes, habían  sido detenidas.

La gravedad  de los hechos y la necesidad  de luchar  por la libertad  de los detenidos  impulsó  al Comité  de Solidaridad  a extender por 24 horas el paro general. Pese a que se había comprometido a hacerlo, la CGT Independencia no se plegó a la huelga,  así como tampoco  lo hizo en un primer  momento  la Federación  Líneas de Autos Colectivos, que en el correr de las horas cambiaría  de actitud.  El resto de los gremios que habían parado  durante  la primera  jornada  continuó  con la lucha. La huelga prosiguió  con idéntica  intensidad  al día anterior. Nuevamente, los medios de transporte fueron el blanco principal de los manifestantes, que hicieron todo cuanto estuvo a su alcance para  evitar  la circulación  de ómnibus  y trenes.  La actividad comercial  fue prácticamente nula en los barrios  en los que se habían producido los principales focos de violencia.

Hacia las 6 de la tarde, el Comité de Solidaridad, “frente  a las formales promesas de reapertura de los locales y la libertad de los presos”,  da por concluida  la huelga general. A pesar de la directivas sindicales, en algunos puntos de la ciudad, en particular en Mataderos, tuvieron lugar incidentes aislados. Por la noche, lentamente  los detenidos  comenzaron a recobrar  su libertad.  Pero todavía,  el día 10 quedaban 600  detenidos.  En una declaración  firmada por Cabrera, la FOSC afirmaba que el Comité de Solidaridad  se encontraba haciendo  gestiones para que los presos fueran liberados  y los locales reabiertos. Simultáneamente, el Comité de Huelga de la Construcción hacía un llamado  a los trabajadores de la construcción: “a permanecer en sus puestos hasta vencer a la terquedad patronal, única responsable de los hechos sucedidos y del paro decretado”.

El conflicto liderado por los albañiles continuó durante  una semana más. Fue en ese momento que el gobierno nacional tomó cartas en el asunto.  El Poder Ejecutivo, a través del mismísimo presidente Justo, emplazó a las empresas a terminar  con su in- transigencia y llegar a un acuerdo con los huelguistas para evitar la prolongación de un movimiento que “puede degenerar en conflictos de otra clase o facilitarlos”. En el despacho  del ministro del Interior  se llevaron adelante  las negociaciones  entre la parte  obrera  y la patronal. Una asamblea,  realizada  en el Luna Park el 23 de enero, aceptó la propuesta empresaria  que fijaba salarios un tanto  más bajos de los reclamados  original- mente en el pliego de condiciones y puso fin al paro.

Los comunistas  exhibieron  el resultado  de la huelga como un rotundo triunfo  para la causa de los trabajadores. Algunos años después Chiarante en su biografía afirma: “La unidad del gremio, la solidaridad de los trabajadores y del pueblo en general, la justa táctica y estrategia de los dirigentes, en su mayoría comunistas, habían  conseguido  doblegar, por  primera  vez, a una  patronal poderosa  y a su aliado  cómplice,  la dictadura justista.”[16]  Sin embargo,  la minoría  anarquista de la FOSC se mostraba en desacuerdo  con el balance  que hacían los comunistas y señalaba que ciertos puntos no habían podido lograrse, en especial el reconocimiento del sindicato por la patronal. La CRRA, que poseía una pequeña fracción en el interior del Sindicato de Albañiles capitaneada por Ángel Geraci, denunciaba en un documento que “se vuelve al trabajo, sin el reconocimiento  del  Sindicato,  aceptándose en  cambio  comisiones paritarias que funcionarán bajo control del Estado”.[17] El lugar otorgado al Estado  en la resolución  del conflicto  era el otro punto  sobre el cual los ácratas  discrepaban con la conducción del gremio. Los pequeños gremios adheridos a la Federación de la Construcción presentaron una queja, argumentando: “nuestras bases establecen claramente  que las tácticas de lucha han de ser las de la acción directa (...) [y no] las gestiones legalistas solicitando los buenos oficios de legisladores y otros personajes de influencia”. Entre los firmantes  de la declaración  se encontraban  los sindicatos  de Obreros  Marmoleros y Anexos,  de Colocadores de Mosaicos  y Azulejos, y de Colocadores de Vidrio y Herreros  de Obra.  La ausencia en esta lista de Obreros Pintores lleva a pensar que el gremio controlado por Spartacus no parece haber opuesto mayores reparos a la forma en que se dio por terminada la huelga.

Cabe  destacar  que la ausencia,  entre  las colecciones  a las que se ha tenido acceso, del número posterior  a la finalización del conflicto hace que no sea posible establecer con certeza cuál fue el balance que hizo el grupo sobre la medida de fuerza. Pero es posible reconstruir hasta  cierto punto su opinión tomando en cuenta documentos posteriores  al conflicto. Spartacus parecía destacar,  por encima de sus discusiones  con otras  tendencias en el interior  de la FOSC, los aspectos positivos de las lu- chas de enero: la unidad en la calle de los distintos sectores, las muestras  de solidaridad y el despliegue  de una  capacidad combativa inédita. En un panfleto fechado en 1937, en ocasión de otra huelga de la construcción, se expresaba:  “la huelga del treinta  y cinco no dio iguales ventajas económicas  para todos los gremios, ella levantó y afirmó la moral combativa  del proletariado  de la edificación, haciendo triunfar  la resistencia, el sacrificio y el corazón solidario de la clase obrera sobre la soberbia y el poderío de los imperialistas”.[18] Al mismo tiempo señalaba que era necesario seguir apoyando a la FONC “a pesar de todas sus fallas, de todos sus vicios, de todas sus debilidades  y desaciertos”.

La huelga  general  de enero  de 1936  implicó  la irrupción dentro  del movimiento  obrero de sectores de trabajadores que no se encontraban encuadrados en organizaciones que tuvieran un cierto grado  de institucionalización. En cierto modo,  esto determinó  la forma  que adoptó  la lucha  obrera,  que rápida- mente se transformó en huelga salvaje. Una metodología que al decir de Durruty, había sido superada  por los núcleos obreros organizados.[19]  La capacidad  combativa  manifestada a  lo largo de las dos jornadas  desbordó  a los propios organizadores de la protesta  y confirmó  las hipótesis  de los  espartaquistas sobre la gestación de una fuerza renovadora en el seno del movimiento obrero.  Estas acciones  radicales, como señala Iñigo Carrera, “están poniendo  en evidencia, no sólo su disposición a enfrentar  las condiciones en que se desarrolla su vida, sino también, al menos embrionariamente, al sistema social mismo”.[20]

El desarrollo  de las huelgas salvajes no está necesariamente librado a un espontaneísmo caótico carente de dirección y objetivos. Por el contrario, la huelga salvaje suele tener estrategias propias  que buscan  eludir las vías oficiales para la resolución de los conflictos.  Estas estrategias tienen como resultado que, al enfrentamiento habitual  con la patronal, se le sume la oposición de hecho al Estado y las burocracias dirigentes.  De allí el cariz violento  que habitualmente adoptan este tipo de paros. La huelga salvaje había  sido por antonomasia el instrumento de lucha antiinstitucional del movimiento  obrero  durante  las dos primeras  décadas del siglo XX. Con la apertura de canales oficiales de negociación y la actitud pragmática de la dirigencia sindicalista, esta metodología de protesta va cayendo en desuso y  reaparece  a mediados  de los treinta  de manera  inesperada para muchos, aunque no para Spartacus. A partir de entonces, el grupo puso más énfasis que nunca en la necesidad de encauzar toda  esta energía  antiinstitucional en organizaciones que no la sofocaran.







[1]           (Nota del autor) Marotta hace referencia a que “la crónica registra en el curso de esos años varias ‘huelgas generales’ patrocinadas por  la F.O.R.A.  anarquista”  (Marotta,  Sebastián;  El movimiento  sindical  argentino. Su génesis y desarrollo; Buenos Aires, Ediciones Calomino, 1970; tomo III, p.330).

[2]          (Nota del autor) En junio de 1931 el mayor José W. Rosasco, nombrado “interventor policial de Avellaneda”  por el presidente, fue muerto a balazos por Juan Antonio Morán, militante de la Federación Obrera Marítima, de la que había sido dos veces secretario general (Ver Bayer, Osvaldo; Los anarquistas expropiadores, Simón Radowitzky y otros ensayos;  Buenos Aires, Editorial Galerna, 1975).



[3]           (Nota del Autor) Fuente: Entrevista Romano y Entrevista A. Badaraco.

[4]           Ibidem.

[5]              “La gran huelga”, en Spartacus, N° 6, noviembre de 1935.

[6]              Celia Durruty. “La Federación Nacional de la Construcción”, pág. 57; en Claseobrera y peronismo, Córdoba, Pasado y Presente, 1969.

[7]              “Luchas y tareas de la FORA en la organización de los trabajadores del transporte urbano”, en Spartacus N° 5, 1/5/1935.

[8]              N. Iñigo Carrera. “La Alianza Obrera Spartacus” pág. 142.

[9]              C. Durruty. op. cit. , pág. 65

[10]             “Manifiesto de Spartacus a los trabajadores en Huelga General”, panfleto,c. enero 1936.

[11]             N. Iñigo Carrera, 1936. La estrategia de la clase obrera., pág. 161.

[12]             N. Iñigo Carrera. “La Alianza Obrera Spartacus.”, pág. 99.

[13]             N. Iñigo Carrera. op. cit. , pág. 142.

[14]             Fuente, entrevista con su hermana Olga.

[15]             La República, 10/1/1936, citado en Iñigo Carrera, op. cit., pág. 197.

[16]             Pedro Chiarante. Ejemplo de dirigente obrero clasista, Bs. As., Fundamen-tos, 1976, pág. 107

[17]             N. Iñigo Carrera. 1936. La estrategia de la clase obrera, pág. 318.

[18]             “Con los albañiles en huelga”, panfleto de la Fracción Spartacus deObreros de la Construcción.

[19]             C. Durruty. op. cit, pág. 66.

[20]             N. Iñigo Carrera. op. cit., pág. 288.




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