miércoles, 18 de julio de 2012

Impulso de Nucleos Anarquistas en los Movimientos de Trabajadores Desocupados en Argentina (años 90-actualidad)


A continuación 2 artículos extraídos para la sección. de este tema El primero responde a extractos del trabajo de Mariano Pacheco del MTD de Almirante Brown “Del piquete al movimiento Parte 1: De los orígenes al 20 de diciembre de 2001”, Cuadernos de la FISYP, Enero 2004 que menciona a nivel general la génesis del movimiento desocupado en Argentina. La segunda parte “El Anarquismo en los Movimientos de Desocupados” corresponde a una producción de Emilio Crisi y apunta a describir la acción e impulso de los anarquistas en el movimiento de desocupados, de hace 10 años a la actualidad.



“Del piquete al movimiento”
 Por Mariano Pacheco
Los primeros cortes en el interior del país
En junio de 1996 se produce un hecho de vital importancia para el futuro de Argentina. En Cutral-Co, un pueblo petrolero de la provincia de Neuquén, devastado por las políticas neoliberales iniciadas por la Dictadura Militar (1976-1983) y profundizadas durante el gobierno de Carlos Saúl Menem, se produce lo que podríamos denominar «el primer piquete».
El piquete es una herramienta de lucha utilizada por los trabajadores desde hace más de un siglo. Históricamente apelaban a ella en las huelgas, cuando los patrones intentaban quebrarlas y quebrar la voluntad de los trabajadores recurriendo a «carneros» para que «cubrieran» la actividad suspendida por los trabajadores en protesta y garantizaran la continuidad de la producción. Cuando esto sucedía se instalaba el piquete en el acceso los lugares de trabajo, para que nadie ingresara, buscando garantizar de este modo los objetivos de la lucha.
En cambio, en la provincia sureña recurrir al piquete no buscó garantizar los objetivos de una acción orientada a interferir en la producción y presionar a la burguesía retaceando la fuerza de trabajo. El piquete de Cutral-Có, por el contrario, tuvo como eje principal la exigencia de trabajo.
Producto de la derrota de las experiencias revolucionarias de la década del 70, nuestro país se vio sometido a un modelo económico, político, social y cultural que se desarrollaba desestructurando las bases de la matriz industrial y del Estado de bien-estar y, paralelamente, los derechos esenciales de los trabajadores. Con el proceso privatizador millones de argentinos quedaron sumergidos en la miseria. El hambre y la imposibilidad de cubrir las necesidades básicas dejaron de considerarse como un mal pasajero. Ya no funcionaba el concepto clásico de ejército industrial de reserva. Estábamos ante una nueva realidad, ante un problema estructural.
Así, en el piquete de Cutral-Co aparece en la escena pública la figura del desocupado. Este piquete es bien distinto al piquete histórico, aunque en algún sentido lo recupera y reformula como suele hacer el pueblo con las mejores tradiciones de lucha. Es distinto, en primer término, por su composición social: si bien la mayoría de los que ocuparon la ruta en junio de 1996 habían trabajado en YPF, ya no lo hacían. Además, habían salido a pelear con sus mujeres e hijos, con lo cual el núcleo familiar asumía el compromiso en la lucha. En segundo término el lugar donde se desarrolla el conflicto ya no es el mismo: no es la puerta de la fábrica en cuyas entrañas se producen las riquezas. Ahora el ámbito del piquete es la ruta, lugar a través del cual esas riquezas circulan. Este último resulta ser un dato esencial porque la ruta, en la mayoría de los primeros piquetes, está cercana al poblado donde residen los que protagonizan la protesta, es más: es su única vía de comunicación con el resto del país y el mundo, por lo tanto, el «territorio» comenzará a delinearse como escenario de los conflictos y a adquirir una nueva significación. Finalmente, y como señalamos, otro rasgo distintivo de estas luchas será el reclamo que motoriza la medida: la exigencia de trabajo.
Estos aspectos singulares, puestos de manifiesto en el conflicto (base social, escenario, eje reivindicativo, metodología de lucha), junto con la intransigencia ante las autoridades, y la incipiente forma organizativa adoptada espontáneamente al calor del mismo conflicto (asambleas abiertas sobre la ruta que ejercían la democracia directa, que elegían delegados o voceros con mandato revocable para tareas puntuales), son de fundamental importancia a la hora de analizar las primeras experiencias de los piqueteros.
Otro componente que Cutral-Co puso en evidencia fue la decisión férrea de resistir a las fuerzas de seguridad (en este caso a la Gendarmería). Tanto en Neuquén como en el resto de las provincias que fueron escenario de los primeros cortes, fue de vital importancia el hecho de que, por un lado, fuese todo un pueblo el que se decidiera a la lucha, y por el otro, el papel jugado por esas personas en su mayoría jóvenes que pasaban la noche junto a los neumáticos encendidos, con sus rostros cubiertos por pañuelos y que ante el avance de las fuerzas represivas arrojaban piedras –a mano o con gomeras- y armaban barricadas. Esos grupos cobraban un verdadero protagonismo a la hora de ir retrasando a las fuerzas represivas en su avance, permitiendo que los grupos que se disponían a resistir pudieran reagruparse después de las primeras corridas y sobre todo, llevando a la Gendarmería hacia terreno desconocido, es decir, al territorio de quienes realizaban la protesta: los barrios pobres más cercanos a la ruta.
Vale destacar que la masividad y la legitimidad del reclamo muchas veces no eran motivo suficiente para que éste fuera tomado en cuenta. Sólo después de instancias de confrontación con las fuerzas represivas, los medios masivos de comunicación se dignaban informar sobre el conflicto, lo que obligaba al gobierno a dar una respuesta.
Estas serán características constantes en los primeros piquetes, todos en el interior del país: Neuquén, Córdoba, Salta, Jujuy, Tucumán.
Otra característica compartida por estos primeros cortes es que ninguno fue convocado por alguna organización y/o institución: ninguna iglesia, ningún sindicato, ningún partido político. No es un dato menor, ya que refleja una crítica lúcida por parte del pueblo: las iglesias, los sindicatos y los partidos (con escasas y honrosas excepciones) han sido corresponsables de la situación de injusticia.
A partir del segundo «Cutralcazo», el 12 de abril de 1997, donde es asesinada Teresa Rodríguez, el piquete comienza a extenderse a lo largo y a lo ancho del país, y aunque sin conexión entre sí, las luchas comenzarán a compartir las características que señalamos. También es importante señalar que a partir de estas experiencias surgen los planes de asistencia social para desocupados (como el Plan Trabajar), concebidos como parte de una estrategia del Estado para responder al fenómeno del desempleo estructural y a la protesta social. Los planes del gobierno fueron fruto directo de esas luchas. Sin ellas no se habría implementado ningún tipo de plan social. Pero no por ello debemos dejar de reconocer los límites de aquellas experiencias fundacionales. Lo espontáneo fue una de las constantes del periodo y la cooptación estatal, la otra. Ambas, por cierto, imposibilitaron el desarrollo de una experiencia de organización popular en esos lugares. Sin embargo, aquello ideado por el Estado para contener el conflicto social, fue la chispa que encendió el polvorín.

Los primeros pasos hacia la organización
El primero de Mayo de 1996, la mayoría de los partidos de la izquierda tradicional argentina realizaba un acto poco concurrido como casi siempre, en un costado de la Plaza de Mayo. Simultáneamente en otro costado de la Plaza se instalaba un camión que horas más tarde ofició como palco para los organizadores de otra movilización que asumía el día de los trabajadores desde una concepción que distaba del ritual monótono de las efemérides, tan típico de la izquierda que huele a naftalina.
Como en otros tiempos, desde las barriadas populares, abigarrados contingentes se arrimaban a la Capital. Era el pobrerío. Algunos portaban rústicas pancartas hechas a mano, escritas con fibrón. Por trabajo y dignidad, ni un paso atrás, podía leerse en algunas de ellas. Otros cuatro carteles, colgados del cuello de los pibes que marchaban al frente, agarrándose de las manos, formaban la siguiente frase: Es preferible / morir de pie / y peleando / que de rodillas y de hambre.  Una bandera Argentina encabezaba la columna. Llevaba una inscripción estampada en aerosol negro: Movimiento de Trabajadores Desocupados.
Sin embargo el MTD no era una organización única, ni siquiera un «movimiento» en los términos más clásicos. En los hechos era un conjunto heterogéneo de comisiones barriales que, sin vínculos entre sí, se habían ido desarrollando con el objetivo de agrupar a los desocupados.
“Llegar a esta plaza y estar hablando aquí arriba (...) se nos hizo muy difícil. Porque no estamos aquí para engañar, no estamos para transar, no estamos para traicionar, no estamos para claudicar, estamos aquí para confrontar. Hoy, cuando la miseria y el hambre acosan a nuestras familias, es necesario reflexionar sobre quiénes son los responsables de esta canallada, y no tenemos dudas compañeros, los responsables son quienes sostienen a este inhumano sistema capitalista. Y nos pusimos de pie siguiendo el camino que nos marcó el santiagazo, la resistencia de los trabajadores jujeños, las movilizaciones de los desocupados de Neuquen, la confrontación en defensa de la educación pública de los estudiantes de La Plata, los enfrentamientos de los metalúrgicos de Ushuaia, y las puebladas de Ezeiza y Dolores. Y poner todo nuestro esfuerzo para que el MTD sea una organización distinta, pluralista, democrática y capaz de irradiar a todos los sectores el espíritu de lucha que hoy nos anima”, expresó Lili de La Matanza en ese encendido discurso que expresaba a tantas mujeres allí presentes.
En el mismo mes, en La Matanza, Juan Carlos Alderete lideraba una olla popular instalada en la plaza de San Justo, exigiendo al municipio ayuda alimentaria. El 24 de mayo la negociación culminó favorablemente para los acampados.
En junio de 1997, el Movimiento de Trabajadores Desocupados Teresa Rodríguez, que acababa de conformarse, con base en Mar del Plata y Florencio Varela, realiza una serie de movilizaciones en esta última localidad del Gran Buenos Aires y un corte de ruta en la primera. Son las primeras experiencias piqueteras en la provincia de Buenos Aires que conquistan planes sociales, otorgados por el gobierno provincial.
En julio, el entonces Movimiento de Desocupados que posteriormente tomara el nombre de Desocupados de la Corriente Clasista y Combativa (CCC), realiza un corte de ruta en La Matanza y al mes siguiente obtiene los primeros 70 planes «Barrios Bonaerenses». Es en esa época que el Movimiento Independiente de Jubilados y Pensionados (MIJP, actual MIJD), liderado por Raúl Castells, toma contacto y comienza a estrechar vínculos con el grupo inicial de la CCC matancera.
El mismo mes, también en el partido de La Matanza, un grupo de vecinos del barrio El Tambo y otros barrios cercanos a éste, ocupan por 24 días la Parroquia del Sagrado Corazón. Los encabezaba Luis D’Elía. Pero lo que interesa destacar de esta última acción es que en su desarrollo se estableció un contacto con los desocupados que posteriormente se conformó como CCC.
Recién en noviembre de 1997 se produce el verdadero punto de inflexión en la historia del movimiento piquetero. El MTD Teresa Rodríguez realiza cuatro cortes de ruta en forma simultánea y con permanencia por más de un día. Florencio Varela, San Francisco Solano (partido de Quilmes), Hurlingham y Mar del Plata, son las localidades donde el movimiento se desarrolla y son ésos los cuatro focos de conflicto.
A diferencia del año anterior, durante el cual las luchas de los desocupados de Buenos Aires giraron en torno a ollas populares y movilizaciones que reclamaban tarifa social, boleto gratuito y subsidio para el desocupado, el MTD Teresa Rodríguez introduce, como nadie lo había hecho hasta el momento, la metodología del piquete y la exigencia de otorgamiento de planes sociales ya existentes manejados por el gobierno, como lo eran entonces el Plan Barrios Bonaerenses en la provincia de Buenos Aires y el Plan Trabajar a nivel nacional.
El Teresa Rodríguez fue el sector que con más profundidad supo apreciar la experiencia del último año, y favoreció con su accionar el traslado del eje del conflicto del Interior al Gran Buenos Aires. Esos cortes de ruta expresaron un salto cualitativo en la lucha de los desocupados. El piquete ya no era la respuesta espontánea de una población, sino la de hombres y mujeres nucleados en una organización. Además de convocar desde una organización, de concebir al piquete como metodología de lucha y de la exigencia de planes como eje reivindicativo, otro elemento que introduce el MTD Teresa Rodríguez que, entendemos, es el aspecto mas importante del salto cualitativo, es la consigna que se asume como movimiento: Trabajo, Dignidad y Cambio Social.
Si hasta ese momento las puebladas y piquetes del interior habían sentado las bases para el desarrollo de la acción directa como forma de acceder a las negociaciones con el poder político y conquistar reivindicaciones inmediatas; de la democracia asamblearia como forma de plasmar la participación masiva, involucrando a todos los participantes en las decisiones del conflicto; si hasta ese momento estas experiencias habían logrado instalar en el centro de la escena nacional el problema de la falta de trabajo; si lograron devolverle a la política argentina la importancia del protagonismo de los que ponen el cuerpo y consiguieron que la lucha dejara de ser un sinónimo de derrota y pasara a ser antesala de victoria; si el piquete gestó todo esto y posibilitó el surgimiento de expresiones organizadas, es a partir de estas experiencias que la lucha encuentra una continuidad y la posibilidad de comenzar a construir un camino que se proyecte a nivel nacional.

Aprendizajes
Tanto los sindicatos como los partidos de izquierda, los sociólogos y otras especies eran reacios a concebir una recomposición del campo popular desde «tan abajo», desde lo que consideraban campo de la decadencia absoluta y del lumpenaje. Los cuestionamientos a los militantes populares que intentaban construir una política desde la dinámica social eran los habituales en esa etapa: que eran grupos marginales, que sin el aparato no se podía comenzar a construir un proyecto, que el partido clásico seguía siendo la herramienta más adecuada para representar los intereses de la clase; que terminarían en un radicalismo pequeño burgués y en aventurerismos que provocarían la reacción.
Por lo antedicho sostenemos que el camino transitado fue del piquete al movimiento.
Sin los piquetes del interior, sin todo el recorrido realizado por nuestro pueblo en forma espontánea y precaria, no hubiera podido surgir el movimiento. Esas experiencias permitieron sistematizar los aprendizajes que dejaban aquellas primeras luchas espontáneas. De ellas se extrajeron conclusiones, se revisó lo bueno y lo malo y, sobre todo, se asumieron los «límites» de toda acción de masas que logra obtener conquistas inmediatas pero que no se articula con un cuestionamiento de fondo al orden social vigente, causante de los males que provocaron la situación de necesidad. Asimismo permitieron reconocer que cuando las luchas espontáneas logran solucionar un problema del momento pero no favorecen el desarrollo de organizaciones sólidas y perdurables que libren nuevas luchas, que obtengan nuevas y mejores conquistas y sobre todo, que generen la posibilidad de construir una alternativa de liberación, el sistema logra con facilidad cooptar o anular esas experiencias y el poder de los sectores dominantes se mantiene incólume.

Los primeros piqueteros, los autónomos
Los primeros piquetes fueron motorizados por la necesidad extrema de pueblos enteros. Necesidad extendida en nuestro país y que permitió que la experiencia de Cutral-Co fuera fácilmente trasladable. Pero esta capacidad de traslado no redundó en unidad y coordinación de las luchas. Por lo tanto, desde el inicio, la experiencia de los piqueteros estuvo signada por la fragmentación y la heterogeneidad más allá de los rasgos comunes señalados. La dispersión fue casi una característica constitutiva del movimiento. ¿Por qué el desarrollo de organizaciones no derivó en la conformación de un único movimiento? Parte de la respuesta a este interrogante se vincula al perfil político - ideológico de los primeros núcleos militantes.
Cuando hablamos de las experiencias iniciales y nos referimos al carácter autónomo de los grupos que las protagonizaron, no nos estamos refiriendo a la actualmente denominada «corriente autónoma». Los primeros núcleos militantes eran independientes de los partidos políticos tradicionales, incluyendo los de izquierda, claro está; de los sindicatos, incluidos los autodenominados clasistas y también los progresistas o reformistas; de las Iglesias, en tanto estructuras y de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG).
En el primer intento de organización de los trabajadores desocupados, los grupos que participaron del acto del Primero de Mayo de 1996, podemos encontrar una multiplicidad de identidades políticas. (Vale aclarar que nos referimos exclusivamente, a las experiencias de la provincia de Buenos Aires. No mencionamos al MTD de Chaco ni a la UTD de Salta, protagonistas indiscutidos de las primeras experiencias de organización en el interior del país. Por un lado, grupos como el de La Matanza, con Toti Flores como referente, que venía del trotskismo, más específicamente del Movimiento Al Socialismo (MAS). En el mismo MTD podíamos encontrar a curas como Alfredo, de San Francisco Solano, acompañados de catequistas y militantes cristianos en su mayoría jóvenes, provenientes del grupo mas afín a Agustín Ramírez 2 vinculado a las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), con fuerte desarrollo durante la década del 80 y que estuvieron relacionadas con las tomas de tierra, experiencia muy importante en el sur del conurbano y respaldadas por la Diócesis de Quilmes, encabezada por el obispo Jorge Novak. También en la zona Sur, en Quilmes y en Avellaneda, un grupo de militantes provenientes de la experiencia del peronismo revolucionario, en su gran mayoría de la agrupación Descamisados, habían conformado, por el año 93, una organización política: el Movimiento la Patria Vencerá (MPV). Como vemos, las concepciones y prácticas de las que provenían estos primeros grupos, poco tenían en común.
Asimismo está la experiencia del MTD Teresa Rodríguez, surgido formalmente en junio de 1997. Si bien ésa es la fecha de su aparición pública, los dos grupos que le dieron origen traían consigo una experiencia de militancia previa: por un lado el grupo de Florencio Varela, los Centros de Estudios de los Trabajadores (CET), integrado por compañeros como Roberto Martino, con una trayectoria importante de militancia barrial en la zona, e incluso con experiencia militante en los 70 en el seno del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Por otro lado estaba el grupo de Mar del Plata, que provenía de la Juventud Guevarista de aquella zona. De la fusión de estas dos experiencias surgió el Movimiento Guevarista, una organización política de orientación marxista-leninista, que se proponía desarrollar herramientas de organización de masas «orientadas a elevar el nivel de conciencia y de enfrentamiento de la clase obrera contra el régimen burgués». Desde esta concepción cobraba importancia el desarrollo del movimiento de trabajadores desocupados en las barriadas populares, como forma de comenzar a organizar sectores de «la clase» con potencialidad de cara a la confrontación.
En cambio, el tercer grupo sumado al MTD Teresa Rodríguez nada tenía que ver con estas experiencias de la izquierda revolucionaria. Por el contrario, el origen del MTD Teresa Rodríguez en Solano es un grupo de catequistas y vecinos vinculados a la parroquia Nuestra Señora de las Lagrimas, cuyo sacerdote, Alberto Spagnolo, era un joven recién llegado a la zona, sin experiencia de militancia anterior, pero con una profunda sensibilidad social y una formación basada en los últimos coletazos de la Teología de la Liberación.
Como podemos ver, lo único en común que tenían los distintos grupos que dieron origen al movimiento piquetero, es la base social y la definición política por la negativa, es decir, la coincidencia en el rotundo rechazo a las estructuras partidarias, sindicales, y eclesiales.
Esta heterogeneidad seguirá incrementándose ininterrumpidamente. Otro sector que tempranamente optó por la tarea de organizar a este actor social, es el representado en las Comisiones de Trabajadores Desocupados, con base en La Plata y La Matanza y posteriormente en Lanús y Quilmes. Estamos hablando del grupo de militantes pertenecientes al entonces Movimiento Popular de Unidad Quebracho (MPU-Q), aparecido durante el primer gobierno menemista, de fuerte composición universitaria y de sectores medios, que con el tiempo tomó un perfil distinto debido, en parte, a la incorporación de jóvenes provenientes de la clase media baja y los sectores populares. El MPU-Q, surgido de militantes provenientes principalmente de la Juventud Intransigente de La Plata, se fusionó con el tiempo con otros pequeños grupos, entre los cuales figuraban las agrupaciones Nueve de Julio, General San Martín y Peronismo que Resiste.
Algunas de estas agrupaciones contaban con la participación de viejos militantes que participaron de las experiencias revolucionarias de los 70, en el peronismo, pero también en la izquierda guevarista, y conformaron el Movimiento Patriótico Revolucionario Quebracho. Así conformado, el MPR-Q, se encuadró en el nacionalismo popular revolucionario y cambió sus tácticas de enfrentamiento callejero por la puesta en marcha de un trabajo de organización barrial, creando las comisiones como frentes de masas de la organización.


“El Anarquismo en los Movimientos de Desocupados”
 Por Emilio Crisi
Actualidad de las organizaciones
No todos los impulsos en el armado de organización de desocupados han  provenido de sectores autonomistas, cristianos, peronistas o marxistas. Desde los albores de las puebladas piqueteras en Argentina se puede destacar el desarrollo de movimientos sociales generados e impulsados por la militancia anarquista. Una docena de esos movimientos sociales notoriamente persisten en la actualidad y en algunos casos se encuentran en franco crecimiento. Tal es así que podemos estimar una participación de más de 2500 familias en dichas experiencias. Sin embargo la importancia del caso no se debe meramente al número -nada desestimable- de militancia en los movimientos sino mas bien en el trabajo formativo y multiplicador que se esta llevando a cabo en estos ensayos cotidianos de nuevas formas de sociabilidad revolucionaria.
En la mayoría de estas experiencias pudimos observar que si bien las mismas no se reconocen -ni pretenden reconocerse- como organizaciones anarquistas o practicantes de principios del anarquismo, las mismas llevan adelante a pleno –no sin grandes dificultades- principios y lineamientos políticos y éticos de notada base libertaria. Sin embargo las diferentes expresiones se reconocen como organizaciones populares abiertas, amplias y pluralistas.
Algunos ejemplos de la marcada concepción libertaria en sus principios pueden verse a través de la vida pública que llevan las mismas.
Un principio como la Acción Directa –tan pregonado por el anarquismo de principios de siglo- para conseguir los objetivos planteados por las organizaciones es puesto en práctica de forma evidente. Se piensa a la Acción Directa como una forma de salir a dar lucha y posicionarse -la organización entera sin intermediarios- públicamente sobre una definición emanada de la decisión en asambleas de base. Una de esas decisiones es empujada por la necesidad misma de los integrantes de la organización como ser la falta de trabajo y la exclusión. De esta forma el movimiento social sale públicamente a través del piquete y la movilización a intentar recuperar recursos que el Estado o las empresas se arrogan el derecho político y económico de administrar, capitalizar y generar ganancias. Así se planteó en una entrevista a la Federación de Organizaciones de Base que realizó ALB Noticias: “Parte del proceso de construcción de poder popular lo vemos directamente relacionado con la lucha y la acción directa nuestra en las calles y rutas de aquí. El plantarnos como movimientos populares y exigir a Estados y privados que se nos tenga en cuenta a la vez que vamos empoderándonos con recursos y experiencia organizativa para crecer y así golpear más fuerte.”[1]
En este sentido las organizaciones territoriales con impulso de militancia libertaria que salen y han salido a la calle en los últimos 10 años han podido aparecer en la escena y generar hechos políticos significativos en su lucha paulatina  por reivindicaciones. “No lo dicen, pero presumen que la política es una herramienta para cambiar la opresiva y angustiante realidad de esos barrios donde la carencia es la ley imperante. Hijos desencantados del piquete, reniegan tanto de la dádiva gubernamental como de la dirigencia social funcional al clientelismo. Y mientras aprenden a organizarse, idean y experimentan nuevas formas de reclamo y gestión. Por ejemplo, ayer a la mañana cortaron la avenida Belgrano junto al Monumento (a la Bandera) para reclamar "trabajo, pero no planes sociales", y decoraron la protesta con fotos que retrataban la miseria de sus barrios y también sus logros colectivos.”[2]
Además de los cortes a un símbolo del Estado como el Monumento a la Bandera, las organizaciones de desocupados han realizado medidas de fuerza de renombre y de magnitudes regionales: cortando rutas provinciales, nacionales, autopistas; movilizándose a los ingresos de shoppings,  supermercados, y trasnacionales; haciendo intervenciones como por ejemplo la Final de la Copa Mundial de Jockey Femenino en Rosario; participando en fechas internacionales de lucha social como el día de la No Violencia contra la Mujer o el 1° de Mayo. Hasta se llegó a realizar un acampe histórico junto a otras organizaciones en la avenida mas importante de Argentina en Buenos Aires: la 9 de Julio. “Sentado en medio de la 9 de julio con las piernas estiradas, descansando justo debajo de un semáforo que pasa en vano del verde al amarillo y después al rojo, Gabriel Ávila (27) cuenta que está cortando el tránsito de la avenida más ancha del mundo por un motivo simple pero a la vez complejo: "Necesito un trabajo digno. Me cansé de trabajar por 150 pesos. Puedo dar más que lo que me piden en los planes sociales. Con las cooperativas me entusiasmé, pero en Merlo, donde vivo, si no estás con el intendente no existís, sos un cero a la izquierda: no te dan trabajo ni salud". [3]La forma de decidir de estas organizaciones está expresada en otro principio importante para el anarquismo como la Democracia Directa. Cada una de las organizaciones barriales posee asambleas donde todos y todas pueden intervenir y ser partícipes en la decisión colectiva. Se intenta sobre todo llegar a consensos y evitar definiciones por votación. “Las decisiones se toman colectivamente por consenso y a veces acaloradas (…) la asamblea es organizada por todas las personas que conforman el movimiento, las que sufren las dificultades y sienten los placeres de la vida cotidiana (…). Como refleja uno de los miembros: “(…) se discute, pero todos somos amigos, nos enfrentamos a veces, pero luego es como si no hubiera pasado nada, porque el conjunto es unido (…)”. De hecho, fuimos testigos de una asamblea en la que, por una parte, los ánimos subieron - en algunos puntos específicos de discusión – pero eso no impidió un predominio de compañerismo y la camaradería.[4]
El hecho de tener asambleas periódicas insustituíbles para tomar decisiones colectivas ha hecho que estas organizaciones se alejen naturalmente de los diferentes partidos políticos, iglesias y Estados, generando un antagonismo con aquellos en cuanto a medios y fines utilizados para la lucha. Durante un corte expresaron que "…nadie te manda y podés expresar tu opinión, además de lograr cosas concretas". "Tenemos talleres de formación para que los vecinos no se queden esperando que alguien vaya y les diga qué hacer. No creemos en los que dan órdenes".[5]
La idea de sostener las asambleas no remite solamente a una forma de decidir sino que esboza a partir de la actualidad una nueva forma de decisión y autogestión con el fin de destruir la vieja política generada por el sistema de dominación actual del Estado y el Capitalismo. De esta forma se produce la construcción colectiva de una nueva cultura, idea, concepción y administración popular que podemos pensar como revolucionaria. “Una de las máximas a la hora de trabajar en un barrio nuevo donde nos conocemos con varios vecinos es no fomentar la figura del “Puntero”, es decir un militante de barrio devenido en jefe natural pero con privilegios con respecto al resto de los vecinos y compañeros. El Puntero si bien le pone más el cuerpo a la organización, quiere siempre tomar privilegios, obtener más recursos a través de la gestión y la transa con las autoridades y, sobre todo, quiere decidir a espaldas del pueblo. Es un jefe territorial inventado por la histórica política argentina del caudillismo. Por todo esto en cada barrio se hacen asambleas y comisiones de trabajo para romper con esa figura y distribuir bien las responsabilidades. El trabajo es mas largo pero tiene sus frutos.” [6]
En este sentido aparece en escena otro de los principios importantes como la Independencia de Clase. La FOB (Federación de Organizaciones de Base), organización vigente en el mapa de los movimientos sociales en Argentina, es “un colectivo de agrupaciones barriales con la premisa de no tener más líderes o jefes que sus propias asambleas, ni depender de punteros, partidos políticos ni gobiernos.” [7]
El Federalismo (entendido como Libertario o desde abajo) es otro de los principios que adoptan a la hora de estructurarse. “En la FOB cada movimiento tiene autonomía táctica entre si, posee asambleas propias, sus propias dinámicas de funcionamiento, espacios y tiempos, reuniones sobre productivos y trabajo en general, talleres de formación militante -en historia, política, educación-, talleres de salud, género y luchas reivindicativas por salud, vivienda, trabajo, educación, comedores, copas de leche y sobre todo proyectos de trabajo cooperativo. (…) Nos organizamos como federación porque creemos que la fuerza que nos da la unidad viene de cada una de las organizaciones de base, de su desarrollo, de su autonomía, en la democracia directa como forma de decisión en todas las instancias organizativas para asegurar la participación activa de todos los compañeros y compañeras, la acción directa para resolver nuestras demandas sin esperar las soluciones de los de arriba y la autogestión como forma de trabajo libre, sin patrones ni explotación.”[8]
En el ámbito laboral estas organizaciones han podido mediante el trabajo autogestivo generar alternativas sociales reales a la exclusión y explotación capitalista. Algunas de ellas son el Productivo Autogestión “Oscar Barrios” (José C Paz), el Taller de Serigrafía "Flores Magón" (José C Paz), Productivo de Conservas "Tierra y Libertad" (José C Paz), Pizzería "26 de Junio" (José C Paz), Cooperativa de Trabajo de servicios "Bandera Negra" (José C Paz), , Cooperativa de Trabajo “Los Solidarios II” de señalización vial, parquización de espacios públicos, desmalezamiento y jardinería, construcción y servicios, producción de libros, parches, ropa estampada, serigrafiada o sublimada (Rosario), Cooperativa de Servicios y huertas e invernaderos de verdura orgánica (Berazategui), Cooperativa de Textiles (San Cristóbal), Cooperativa de Construcción de Viviendas (Chaco) entre otros.

Orígenes de las organizaciones

Zona Noroeste Conurbano Bonaerense
Los orígenes de estas experiencias de organización de movimientos de desocupados con real incidencia del anarquismo social datan de principios de esta década (2000). Una de las experiencias de mayor grado de crecimiento ha sido la del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) “Oscar Barrios” de las localidades de José C. Paz, San Miguel y Moreno. Esta organización conformó la Coordinadora de Trabajadores Desocupados (CTD) “Anibal Verón” hacia el año 2002 –una de las experiencias de coordinación de organizaciones autónomas mas grande del país-. Para 2004 pasaron a fundar el Frente Popular Darío Santillán junto a otras tendencias, siendo una de las organizaciones más grandes en el mismo. En 2006 decide irse del FPDS -junto al MTD Lucha y Libertad de la Villa 20 de Lugano- aparentemente por diferencias en cuanto a la caracterización del Estado y las tomas de decisiones. Junto a otros movimientos sociales fundará la Federación de Organizaciones de Base[9] pensando en el armado federal de un colectivo que agrupe a movimientos sociales con perspectiva a construir una alternativa de cambio social desde abajo y por fuera del Estado.

Zona Sur Conurbano Bonaerense
Otra de las organizaciones que fundará la FOB será el Frente de Unidad Popular (FUP). El FUP es una escisión del viejo Movimiento de Unidad Popular (MUP) fundado por los anarquistas de AUCA a mediados del 2001. El MUP llegó a aglutinar hacia 2004 a más de 1600 familias de diferentes barrios de La Plata, Berazategui, Quilmes, Almirante Brown y Florencio Varela. Ese mismo la organización se unió al Frente Popular Darío Santillán. Al ritmo de un crecimiento acelerado, desde 2005 la organización comienza a tener diferentes escisiones: Un primer sector -de referentes con desviaciones nacionalistas y populistas- comenzará a pensar en entrar en el Estado y se suma así al gobierno de Kirchner. Otro sector minoritario con  desviaciones marxistas se quedará en el FPDS, varios barrios sostendrán escisiones locales ligadas a la conformación de centros comunitarios, y finalmente un sector pasó a denominarse Frente de Unidad Popular manteniendo principios y una matriz de construcción libertaria.
A fines de 2011 el MTD de Ezeiza proveniente del FPDS y la CTD Ezeiza que venía de la CTD Anibal Verón (nacionalistas de Quebracho) deciden ingresar a la FOB.
Así mismo en Valentin Alsina se funda el Movimiento Arriba Los Que Luchan en el seno de la FOB.
También en el sur del conurbano hay otras expresiones territoriales de participación  e impulso anarquista como el MTD 1º de Mayo en la zona de Esteban Echeverría o el MB12 de Claypole. El nucleo originario que fundara el MTD Justicia y Libertad en La Plata también provenía de sectores anar

Ciudad Autónoma de Buenos Aires
El MTD Lucha y Libertad -de la Villa 20 de Lugano y Villa Celina- y el Centro Social Desde Abajo –de Barrio San Cristóbal- conforman la regional Capital de la  FOB.

Rosario y Gran Rosario
A fines de los 90 experiencias como el Centro Social Libertad de Barrio Toba y el Colectivo El Engrudo en San Martín Sur fueron los primeros chispasos rosarinos de anarquismo social. Diez años después a partir de la visita y el impulso de la militancia original de Buenos Aires la FOB se organiza en varios barrios de la ciudad de Rosario y alrededores. Primero se conforman movimientos barriales hasta que en 2008 se produce el ingreso de la regional Rosario a la FOB. Movimientos provenientes de barrios como San Martín Sur, Villa Itatí, 27 de Febrero, Belgrano, Molino Blanco y Godoy de Rosario y el barrio Cabín 9 de Perez (Gran Rosario) pasan ya a federarse y plantear presencia de la FOB en 2 provincias.

Chaco
Parte de la militancia del Movimiento Anarquista Libertario (MAL) dio apoyatura durante algunos años al histórico MTD 17 de Julio. Sin embargo la evolución organizativa llevó a que los núcleos libertarios armaran la regional Chaco de la FOB para 2010. Conjugando el trabajo cultural, de género, reivindicativo de desocupados y de defensa de pueblos originarios (Qom y Mocoví) la FOB de Chaco lleva adelante un interesante trabajo territorial en una provincia manejada por la política tradicional como un Feudo.

Río Negro
Desde el año 2002 en la ciudad de Bariloche se conforma el MTD del barrio 2 de Abril (ex - 34 hectáreas) y el barrio Frutillares, en las zonas excluídas de los altos de Bariloche. Esta experiencia de organización fue impulsada por militantes del Movimiento Anarquista de Liberación Obrera (MALO). En la actualidad estan movilizados la Cooperativa 1º de Mayo y la ATDI (Asociación de Trabajadores Desocupados Independientes). Ambas poseen impulso de núcleos ácratas. 

Jujuy
Desde hace casi 10 años que viene funcionando la Asamblea de Trabajadores Desocupados (ATD) fundada por un nucleo anarquista que además construyó la Biblioteca Niños Pajaros. Actualmente la agrupación piquetera de San Salvador de Jujuy se encuentra activa en las luchas sociales de la región.

 




[1] Entrevista a la FOB por ALB Noticias “Para lograr el cambio social tenemos que comenzar a construir, desde hoy, un poder propio de las clases populares”, publicado en Alasbarricadas.org el Jueves 12 de Setiembre de 2010.
[2] Artículo de Andrés Abramowki “Una forma distinta de hacer piquete. La FOB en el Monumento a la Bandera”, diario La Capital de Rosario, Jueves 12 de agosto de 2010.
[3] Artículo de Nicolás Wiñazki “Historias del conurbano: Si no estás con el intendente no existís”, diario Clarín, Martes 3 de Noviembre de 2009.
[4]"Anticapitalismo e experiência piquetera (2): Federação de Organizações de Base" - Alex Hilsenbeck Filho e Cássio Brancaleone (Brasil) - Coletivo Passa Palavra.
[5] Op.Cit. Andrés Abramowki “Una forma distinta de hacer piquete…”.

[6] Op.Cit Entrevista a la FOB por ALB Noticias “Para lograr el cambio social…”
[7] Idem.
[8] Idem.
[9] Algunas regionales de la FOB son impulsadas por militantes de las Columnas Libertarias de la CABA (la Malatesta), de Noroeste del Conurbano (la Durruti) y de Rosario (la Penina).

Errico Malatesta - “Los anarquistas y el Movimiento Obrero”


Extractos de los escritos del autor en los periódicos Umanitá Nova y Fede, entre los años 1920 y 1933, seleccionados por Vernon Richards en su libro “Malatesta: pensamiento y acción revolucionarios”, Ed. Proyección, Londres 1965, traducción a cargo de Eduardo Prieto.

LA ORGANIZACIÓN
La organización; que por lo demás es sólo la práctica de la cooperación y de la solidaridad, es condición natural y necesaria de la vida social: constituye un hecho ineluctable que se impone a todos, tanto en la sociedad humana en general como en cualquier grupo de personas que tengan un fin común que alcanzar.
Como el hombre no quiere ni puede vivir aislado, más aún, no puede llegar a ser verdaderamente hombre y satisfacer sus necesidades materiales y morales sino en la sociedad y con la cooperación de sus semejantes, ocurre fatalmente que quienes no poseen los medios o la conciencia bastante desarrollada para organizarse libremente con los que tienen comunidad de intereses y de sentimientos, sufren la organización construida por otros individuos, generalmente constituidos en clase o grupo dirigente con el fin de explotar para su propio beneficio el trabajo de los demás. Y la opresión milenaria de la masa por parte de un pequeño número de privilegiados ha sido siempre la consecuencia de la incapacidad de la mayor parte de los individuos para ponerse de acuerdo y organizarse con los otros trabajadores para la producción, el disfrute y la eventual defensa contra quienes quisieran explotarlos u oprimirlos.
(En este tema) …la cuestión es triple: la organización en general como principio y condición de vida social, hoy y en la sociedad futura; la organización del partido anarquista; y la organización de las fuerzas populares y, especialmente, de la de las masas trabajadoras para la resistencia contra el gobierno y el capitalismo...
…el error fundamental de los anarquistas adversarios de la organización consiste en creer que no puede haber organización sin autoridad, por lo cual prefieren, admitida esta hipótesis, renunciar más bien a cualquier tipo de organización antes que aceptar la más mínima autoridad.
La organización, lejos de crear la autoridad es el único remedio contra ella y el solo medio para que cada uno de nosotros se habitúe a tomar parte activa y consciente en el trabajo colectivo y deje de ser instrumento pasivo en manos de los jefes...
Pero una organización, se dice, supone la obligación de coordinar la propia acción y la de los otros, y por lo tanto viola la libertad, traba la iniciativa. A nosotros nos parece que lo que verdaderamente elimina la libertad y hace imposible la iniciativa es el aislamiento que vuelve a los hombres impotentes. La libertad no es el derecho abstracto sino la posibilidad de hacer una cosa: esto es cierto entre nosotros como lo es en la sociedad general. Es en la cooperación de los otros hombres donde el hombre encuentra los medios para desplegar su actividad, su poder de iniciativa.
Nos falta hablar de la organización de las masas trabajadoras para la resistencia contra el gobierno y contra los patrones... Los trabajadores no podrán emanciparse nunca mientras no encuentren en la unión la fuerza moral, la fuerza económica y la fuerza física que es necesaria para derrotar a la fuerza organizada de los opresores.
Ha habido anarquistas, y los hay todavía por lo demás, que aun reconociendo… la necesidad de organizarse hoy, para la propaganda y la acción, se muestran hostiles a todas las organizaciones que no tengan como objetivo directo el anarquismo y no sigan métodos anarquistas... A esos compañeros les parecía que todas las fuerzas organizadas para un fin que no fuera radicalmente revolucionario eran fuerzas sustraídas a la revolución. A nosotros nos parece, en cambio, y la experiencia nos ha dado ya lamentablemente razón, que este método condenaría al movimiento anarquista a una perpetua esterilidad.
Para hacer propaganda hay que encontrarse en medio de la gente, y es en las asociaciones obreras donde los trabajadores encuentran a sus compañeros…
A nosotros nos importa, por lo tanto, que todos los intereses y todas las opiniones encuentren en una organización consciente la posibilidad de hacerse valer y de influir sobre la vida colectiva en proporción a su importancia.
Nosotros nos hemos fijado la tarea de luchar contra la actual organización social y de abatir los obstáculos que se opongan al advenimiento de una nueva sociedad en la cual estén asegurados la libertad y el bienestar para todos...

LOS ANARQUISTAS Y LOS MOVIMIENTOS OBREROS
Hoy la fuerza más grande de transformación social es el movimiento obrero (movimiento sindical), y de su dirección depende, en gran parte, el curso que tomarán los acontecimientos y la meta a que llegará la próxima revolución. Por medio de las organizaciones, fundadas para la defensa de sus intereses, los trabajadores adquieren la conciencia de la opresión en que se encuentran y del antagonismo que los divide de sus patrones, comienzan a aspirar a una vida superior, se habitúan a la lucha colectiva y a la solidaridad y pueden llegar a conquistar aquellos mejoramientos que son compatibles con la persistencia del régimen capitalista y estatal. Después, cuando el conflicto se vuelve incurable, ocurre la revolución, o si no la reacción. Los anarquistas deben reconocer la utilidad y la importancia del movimiento sindical, deben favorecer su desarrollo y hacer de él una de las palancas de su acción, realizando todo lo posible para que ese movimiento, en cooperación con las otras fuerzas progresistas existentes, desemboque en una revolución social que lleve a la supresión de las clases, a la libertad total, a la igualdad, a la paz y a la solidaridad entre todos los seres humanos. Pero sería una grande y letal ilusión creer, como hacen muchos, que el movimiento obrero puede y debe por sí mismo, como consecuencia de su naturaleza misma, llevar a una revolución de esta clase. Al contrario, todos los movimientos fundados en los intereses materiales e inmediatos -y no se puede fundar sobre otras bases un vasto movimiento obrero-, si falta el fermento, el impulso, el trabajo concertado de los hombres de ideas, que combaten y se sacrifican en vistas de un porvenir ideal, tienden fatalmente a adaptarse a las circunstancias, fomentan el espíritu de conservación y el temor a los cambios en aquellos que logran obtener condiciones mejores, y terminan a menudo creando nuevas clases privilegiadas y sirviendo para sostener y consolidar el sistema que se desearía abatir.
De aquí la necesidad urgente de que existan organizaciones estrictamente anarquistas que tanto dentro como fuera de los sindicatos luchen para la realización integral del anarquismo y traten de esterilizar todos los gérmenes de degeneración y de reacción.
Pero es evidente que para conseguir sus fines las organizaciones anarquistas deben… servir para desarrollar la conciencia y la capacidad organizativa de sus miembros y constituir un medio educativo para el ambiente en que éstos actúan y una preparación moral y material para el porvenir que deseamos.
Misión de los anarquistas es la de trabajar y reforzar las conciencias revolucionarias entre los organizados…
Es cierto que en muchos casos los sindicatos, por exigencias inmediatas, están obligados a transacciones y compromisos.
Yo no los critico por eso, pero es justamente por tal razón que debo reconocer en los sindicatos una esencia reformista.
Los sindicatos cumplen una tarea de hermandad entre las masas proletarias y eliminan los conflictos que, en caso contrario, podrían producirse entre unos trabajadores y otros.
Mientras los sindicatos deben librar la lucha por la conquista de los beneficios inmediatos, y por lo demás es justo y humano que los trabajadores exijan mejoras, los revolucionarios sobrepasan también esto. Ellos luchan por la revolución expropiadora del capital y por el abatimiento del Estado, de todo Estado, como quiera que se llame.
Por lo tanto, el sindicalismo no puede ser un fin en sí mismo, puesto que la lucha debe también librarse en el terreno político para extinguir al Estado.
Los anarquistas no quieren dominar la Unión Sindical Italiana; no lo querrían ni siquiera en el caso de que todos los obreros adheridos a ella fueran anarquistas, ni se proponen asumir la responsabilidad de las negociaciones. Nosotros, que no queremos el poder, deseamos sólo las conciencias; son los que desean dominar los que prefieren tener ovejas para guiarlas mejor.
Preferimos obreros inteligentes, aunque fueran adversarios nuestros, más que anarquistas que sólo lo sean por seguirnos como un rebaño.
Queremos la libertad para todos; queremos que la revolución la haga la masa para la masa.
El hombre que piensa con su propio cerebro es preferible al que aprueba ciegamente todo. Por esto, como anarquistas, estamos en favor de la Unión Sindical Italiana, porque ésta desarrolla las conciencias de la masa. Vale más un error cometido con conciencia, creyendo hacer el bien, que una cosa buena hecha servilmente.
Justamente porque estoy convencido de que los sindicatos pueden y deben ejercer una función utilísima, y quizás, necesaria, en el tránsito de la sociedad actual a la sociedad igualitaria, querría que se los juzgara en su justo valor y que se tuviese siempre presente su natural tendencia a transformarse en corporaciones cerradas que únicamente se proponen propugnar los intereses egoístas de la categoría, o, peor aún, sólo de los agremiados; así podremos combatir mejor tal tendencia e impedir que los sindicatos se transformen en órganos conservadores.
A mi parecer, las cooperativas y los sindicatos tal como existen en el régimen capitalista no llevan naturalmente, por su fuerza intrínseca, a la emancipación humana -y éste es el punto en discusión-, sino que pueden producir el mal o el bien, ser órganos, hoy, de conservación o de transformación social, servir mañana a la reacción o a la revolución, según que se limiten a su función propia de defensores de los intereses inmediatos de los socios o estén animados y trabajados por el espíritu anarquista, que les hace olvidar los intereses en beneficio de los ideales. Y por espíritu anarquista entiendo ese sentimiento ampliamente humano que aspira al bien de todos, a la libertad y a la justicia para todos, a la solidaridad y al amor entre todos, y que no es dote exclusiva de los anarquistas propiamente dichos, sino que anima a todos los hombres de buen corazón y de inteligencia abierta.
El movimiento obrero, pese a todos sus méritos y potencialidades, no puede ser por sí mismo un movimiento revolucionario, en el sentido de negación de las bases jurídicas y morales de la sociedad actual.
Puede, como toda nueva organización puede, en el espíritu de los iniciadores y en la letra de los estatutos, tener las más elevadas aspiraciones y los más radicales propósitos, pero si quiere ejercer la función propia del sindicato obrero, es decir, la defensa inmediata de los intereses de sus miembros, debe reconocer de hecho a las instituciones que ha negado en teoría, adaptarse a las circunstancias y tratar de obtener cada vez lo más posible, negociando y transigiendo con los patrones y el gobierno.
En una palabra, el sindicato obrero es, por su naturaleza misma, reformista y no revolucionario. El revolucionarismo debe introducirse, desarrollarse en él por obra constante de los revolucionarios que actúan fuera y dentro de su seno.
Pero no puede ser la manifestación natural y normal de su función. Al contrario, los intereses reales e inmediatos de los obreros asociados, que el sindicato tiene la misión de defender, están con mucha frecuencia en pugna con las aspiraciones ideales y futurísticas; y el sindicato sólo puede hacer obra revolucionaria si está penetrado por el espíritu de sacrificio y en la proporción en que el ideal se ponga por encima del interés, es decir, sólo y en la medida en que cese de ser un sindicato económico y se transforme en un grupo político e idealista, cosa que no es posible en las grandes organizaciones que para actuar necesitan del consentimiento de la masa siempre más o menos egoísta, temerosa y retrógrada.
Y no es esto lo peor.
La sociedad capitalista está constituida de tal manera que, hablando en general, los intereses de cada clase, de cada grupo, de cada individuo son antagónicos con los de todas las demás clases, los demás grupos y, todos los otros individuos. Y en la práctica de la vida se verifican los más extraños entrelazamientos de armonías y de intereses entre clases y entre individuos que desde el punto de vista de la justicia social deberían ser siempre amigos o siempre enemigos. Y ocurre con frecuencia que, pese a la proclamada solidaridad proletaria, los intereses de un grupo de obreros se oponen a, los de los demás y armonizan con los de un grupo de patrones; como ocurre también que, pese a la deseada hermandad internacional, los intereses reales de los operarios de un determinado país los vinculan con los capitalistas locales y los ponen en lucha contra los trabajadores extranjeros…
Todo esto (…) muestran que el movimiento obrero por sí mismo, sin el fermento del idealismo revolucionario contrastante con los intereses presentes e inmediatos de los obreros, sin el impulso y la crítica de los revolucionarios, lejos de llevar a la transformación de la sociedad en beneficio de todos, tiende a fomentar los egoísmos de grupo y a crear una clase de obreros privilegiada superpuesta a la gran masa de los desheredados.
Y esto explica el hecho general de que en todos los países las organizaciones obreras, a medida que crecieron y se robustecieron, se volvieron conservadoras y reaccionarias, y que los que consagraron sus esfuerzos al movimiento obrero con intenciones honestas y teniendo en vista una sociedad de bienestar y de justicia para todos, están condenados a un trabajo de Sísifo y deben recomenzar periódicamente desde el principio.
Esto puede no ocurrir si hay espíritu de rebelión en la masa y una luz ideal ilumina y eleva a los obreros mejor dotados y más favorecidos por las circunstancias, que estarían en condiciones de constituir la nueva clase privilegiada. Pero es indudable que si se permanece en el terreno de la defensa de los intereses inmediatos, que es el terreno propio de los sindicatos, puesto que los intereses no son armónicos ni pueden armonizarse dentro del régimen capitalista, la lucha entre los trabajadores es un hecho natural y puede incluso, en ciertas circunstancias y entre ciertos grupos, volverse más encarnizada que entre los trabajadores y los explotadores.
Para convencerse de ello basta observar lo que son las mayores organizaciones obreras en los países en que existe mucha organización y poca propaganda o tradición revolucionaria.
Veamos la Federación del trabajo de los Estados Unidos de Norteamérica. Esta no realiza la lucha contra los patrones sino en el sentido en que luchan dos comerciantes que discuten las condiciones de un contrato…
Esto no es sindicalismo, lo sé muy bien; y los sindicalistas combaten continuamente contra esta tendencia de los sindicatos a transformarse en instrumentos de bajos egoísmos, y hacen con ello un trabajo utilísimo. Pero la tendencia existe y no se la puede corregir si no se excede la órbita de los métodos sindicalistas.
Los sindicalistas serán muy valiosos en el período revolucionario, pero con la condición de ser lo menos sindicalistas posible.
No es cierto lo que pretenden los sindicalistas, cuando afirman que la organización obrera de hoy servirá para la sociedad futura y facilitará el tránsito del régimen burgués al régimen igualitario.
Esta es una idea que gozaba de favor entre los miembros de la primera Internacional; y si mal no recuerdo, en los escritos de Bakunin se dice que la nueva sociedad se realizaría mediante el ingreso de todos los trabajadores en las Secciones de la Internacional.
Pero a mí esto me parece erróneo.
Los cuadros de las organizaciones obreras existentes corresponden a las condiciones actuales de la vida económica tal como resultó de la evolución histórica y de la imposición del capitalismo. Y la nueva sociedad no puede realizarse sino rompiendo aquellos cuadros y creando organismos nuevos correspondientes a las nuevas condiciones y a los nuevos fines sociales.
Los obreros están hoy agrupados según los oficios que ejercen, las industrias en las que trabajan, según los patrones contra los que deben luchar o las firmas comerciales a las que están vinculados. ¿De qué servirían estos agrupamientos, cuando una vez suprimidos los patrones y trastornadas las relaciones comerciales deban desaparecer buena parte de los oficios y de las industrias actuales, algunos definitivamente porque son inútiles y dañinos, y otros en forma temporaria porque serán útiles en el porvenir, pero no tendrán razón de ser ni posibilidad de vida en el período tormentoso de la crisis social? ¿De qué servirán, para citar un ejemplo entre mil, las organizaciones de canteros de Carrara cuando sea necesario que esos operarios vayan a cultivar la tierra y a aumentar los productos alimenticios, dejando para el porvenir la construcción de los monumentos y de los palacios marmóreos?
Las organizaciones obreras, especialmente en su forma cooperativista -que, por otra parte, en el régimen capitalista tiende a descabezar la resistencia obrera-, pueden servir por cierto para desarrollar en los trabajadores las capacidades técnicas y administrativas, pero en tiempo de revolución y para la reorganización social deben desaparecer y fundirse con las nuevas agrupaciones populares que las circunstancias requieran. Y es tarea de los revolucionarios tratar de impedir que en ellas se desarrolle ese espíritu de cuerpo que las convertiría en un obstáculo para la satisfacción de las nuevas necesidades sociales.
Por lo tanto, en mi opinión, el movimiento obrero es un medio que podemos emplear hoy para la elevación y la educación de las masas, y mañana para el inevitable choque revolucionario. Pero es un medio que tiene sus inconvenientes y sus peligros. Y nosotros los anarquistas debemos empeñarnos en neutralizar los inconvenientes, conjurar los peligros y utilizar lo más que se pueda el movimiento para nuestros fines.
Esto no requiere decir que deseemos, como se ha dicho, poner al movimiento obrero al servicio de nuestro partido. Por cierto nos contentaríamos con que todos los obreros, todos los hombres fuesen anarquistas, lo cual constituye el límite extremo a que tiende idealmente todo propagandista; pero entonces el anarquismo sería un hecho y ya no tendrían lugar ni motivo estas discusiones.
En el estado actual de las cosas querríamos que el movimiento obrero, abierto a todas las propagandas idealistas y parte constitutiva de todos los hechos de la vida social, económicos, políticos y morales, viva y se desarrolle libre de toda dominación de los partidos, tanto del nuestro como de los demás.
Hay muchos compañeros que aspiran a unificar el movimiento obrero y el movimiento anarquista, y donde pueden, como por ejemplo en España y en la Argentina e incluso un poco en Italia, en Francia, en Alemania, etcétera, tratan de dar a las organizaciones obreras un programa netamente anarquista. Son los que se llaman “anarco-sindicalistas”, o, confundiéndose con otros que no son verdaderamente anarquistas, toman el nombre de “sindicalistas revolucionarios”.
Es necesario explicar qué se entiende por “sindicalismo”.
Pero no me propongo ocuparme aquí del sindicalismo como sistema social, puesto que no es eso lo que puede determinar la acción actual de los anarquistas respecto del movimiento obrero.
Aquí se trata del movimiento obrero en el régimen capitalista y estatal y se incluyen en el nombre de sindicalismo todas las organizaciones obreras, todos los “sindicatos” constituidos para resistir a la opresión de los patrones y disminuir o anular la explotación del trabajo humano por parte de quienes detentan las materias primas y los instrumentos de trabajo.
Ahora bien, yo digo que esas organizaciones no pueden ser anárquicas y no está bien pretender que lo sean, porque si así fuese no servirían a su fin ni a los que se proponen los anarquistas al participar en ellos.
El sindicato está hecho para defender los intereses actuales de los trabajadores y mejorar su situación en la medida de lo posible antes de que estemos en condiciones de hacer la revolución y transformar con ella a los actuales asalariados en trabajadores libres, libremente asociados en beneficio de todos.
Para que el sindicato pueda servir a su propio fin y, al mismo tiempo, ser un medio de educación y un campo de propaganda para una futura transformación social radical, es necesario que reúna a todos los trabajadores, o por lo menos a todos los que aspiren a mejorar sus condiciones de vida y que sean susceptibles de capacitarse para alguna forma de resistencia contra los patrones. ¿Se quiere quizás esperar a que los trabajadores se vuelvan anarquistas antes de invitarlos a organizarse y antes de admitirlos en la organización, invirtiendo así el orden natural de la propaganda y del desarrollo psicológico de los individuos y haciendo la organización de resistencia cuando ya no habría necesidad de ella, porque la masa sería capaz de hacer la revolución? En este caso el sindicato constituiría el duplicado del grupo anárquico y sería impotente para obtener mejoras y para hacer la revolución. La alternativa consiste en tener redactado un programa anarquista y contentarse con una adhesión formal, inconsciente, y reunir así gente que seguiría como un rebaño a los organizadores para dispersarse luego o pasarse al enemigo en la primera ocasión en que fuera necesario mostrar que uno es anarquista en serio.
El sindicalismo (entiendo el sindicalismo práctico y no el teórico que cada uno se imagina a su manera) es por su naturaleza misma reformista. Todo lo que se puede esperar de él es que las reformas que pretende y consigue sean tales y que las sostenga de modo que sirvan para la educación y la preparación revolucionaria y dejen abierto el camino a exigencias cada vez mayores.
Toda fusión o confusión entre el movimiento anarquista y revolucionario y el movimiento sindicalista termina haciendo impotente al sindicato para su finalidad específica, o atenuando, falseando y aniquilando el espíritu anarquista.
El sindicato puede surgir con un programa socialista, revolucionario o anarquista; más aún, con programas de este tipo como nacen generalmente las diversas organizaciones obreras. Pero éstas permanecen fieles al programa mientras son débiles e impotentes, es decir, mientras constituyen, más que organismos aptos para una acción eficaz, grupos de propaganda iniciados y animados por unos pocos hombres entusiastas y convencidos; pero luego, a medida que logran atraer a su seno a la masa y adquirir la fuerza para exigir e imponer mejoramientos, el programa primitivo se transforma en una fórmula vacía de la cual ya nadie se preocupa, la táctica se adapta a las necesidades contingentes, y los entusiastas de la primera hora se adaptan ellos mismos o deben ceder su lugar a los hombres “prácticos”, que se preocupan del hoy sin que les interese el mañana.
Por cierto, hay compañeros que aun estando en las primeras filas del movimiento sindical siguen siendo sincera y entusiastamente anarquistas, así como hay agrupamientos obreros que se inspiran en las ideas anarquistas.
A mi parecer los anarquistas no deben querer que los sindicatos sean anarquistas, pero deben actuar en su seno en favor de los fines anarquistas, como individuos, como grupos y como federaciones de grupos. De la misma manera en que existen, o en que deberían existir grupos de estudio y de discusión, grupos para la propaganda escrita u oral en medio del público, grupos cooperativos, grupos que actúan en las oficinas, en el campo, en los cuarteles, en las escuelas, etcétera, también se deberían formar grupos especiales en las diversas organizaciones que hacen la lucha de clases.
Naturalmente, el ideal sería que todos fueran anarquistas y que las organizaciones funcionaran de una manera anárquica; pero está claro que entonces no sería necesario organizarse para la lucha contra los patrones, porque ya no los habría. Vistas las circunstancias tal cual son, visto el grado de desarrollo de las masas en medio de las cuales se trabaja, los grupos anarquistas no deberían pretender que las organizaciones actuaran como si fueran anarquistas, sino que deberían esforzarse para que éstas se aproximaran lo más posible a la táctica anarquista. Si para la vida de la organización y las necesidades y la voluntad de los organizadores es incluso necesario transigir, ceder, tener contacto impuro con la autoridad y con los patrones, que así se haga; pero que lo hagan otros y no los anarquistas, cuya misión es la de mostrar las insuficiencias y la precariedad de todas las mejoras que se pueden obtener en el régimen capitalista y de impulsar a la lucha hacia soluciones cada vez más radicales.
Los anarquistas en los sindicatos deberían luchar para que éstos permanezcan abiertos a todos los trabajadores cualquiera sea su opinión y partido, con la sola condición de la solidaridad en la lucha contra los patrones; deberían oponerse al espíritu corporativo y a cualquier pretensión de monopolio de la organización y del trabajo. Deberían impedir que los sindicatos sirvan de instrumentos a los politiqueros para fines electorales u otros propósitos autoritarios, y practicar y predicar la acción directa, la descentralización, la autonomía, la libre iniciativa; deberían esforzarse para que los organizados aprendan a participar directamente en la vida de la organización y a no tener necesidad de jefes y de funcionarios permanentes.
Deberían, en síntesis, seguir siendo anarquistas, mantenerse siempre en entendimiento con los anarquistas y recordar que la organización obrera no es el fin, sino simplemente uno de los medios, por importante que sea, para preparar el advenimiento de la anarquía.
Para nosotros no tiene gran importancia que los trabajadores quieran más o menos; lo importante es que lo que quieren traten de conquistarlo por sí mismos, con sus fuerzas, con su acción directa contra los capitalistas y el gobierno.
Una pequeña mejora arrancada con la propia fuerza vale más, por sus efectos morales, y a la larga incluso por sus efectos materiales, que una gran reforma concedida por el gobierno o los capitalistas con fines astutos, o aun pura y simplemente por benevolencia.
Siempre hemos pensado que el sindicato es hoy un medio para que los trabajadores comiencen a comprender su posición de esclavos, a desear la emancipación y a habituarse a la solidaridad con todos los oprimidos en la lucha contra los opresores y mañana servirá como primer núcleo necesario para la continuidad de la vida social y para reorganizar la producción sin patrones ni parásitos.
Pero siempre hemos discutido, y a menudo disentido, respecto de los modos en que debía desplegarse la acción anarquista en las relaciones con la organización de los trabajadores.
¿Era necesario entrar en los sindicatos o permanecer fuera de ellos, aun tomando parte en todas las agitaciones, y tratar de darles el carácter más radical posible y mostrarse en primera línea en la acción y en los peligros?
Y sobre todo, ¿era necesario o no que dentro de los sindicatos los anarquistas aceptaran cargos directivos y se prestaran, por lo tanto, a las transacciones, los compromisos, las adaptaciones, las relaciones con las autoridades y con los patrones a las que esos organismos deben adaptarse, por voluntad de los mismos trabajadores y por su interés inmediato, en las luchas cotidianas, cuando no se trata de hacer la revolución sino de obtener mejoramientos o defender los ya conseguidos?
…A mi parecer, hay que entrar en los sindicatos, porque si se permanece fuera se nos verá como enemigos, se considerará nuestra crítica con suspicacia, y en los momentos de agitación se nos tendrá por intrusos y se recibirá de mala gana nuestra ayuda.
Y en cuanto a solicitar y aceptar nosotros mismos el puesto de dirigentes, creo que en líneas generales y en tiempos calmos es mejor evitarlo. Pienso sin embargo que el daño y el peligro no residen tanto en el hecho de ocupar un puesto directivo -cosa que en ciertas circunstancias puede ser útil e incluso necesaria- sino en el perpetuarse en ese puesto. Sería necesario a mi juicio, que el personal dirigente se renovase lo más a menudo posible, sea para capacitar a un número mucho mayor de trabajadores en las funciones administrativas, sea para impedir que el trabajo de organizar se transforme en un oficio que induzca a quienes lo realizan a llevar a las luchas obreras la preocupación de no perder el empleo.
La Unión de los trabajadores nació de la necesidad de proveer a las carencias actuales, del deseo de mejorar las propias condiciones y de defenderse contra los posibles empeoramientos; nació el sindicato obrero, que es la unión de quienes, privados de los medios de trabajo y obligados por lo tanto para vivir a dejarse explotar por quien posee esos medios, buscan en la solidaridad con sus compañeros de pena la fuerza necesaria para luchar contra los explotadores. Y en este terreno de la lucha económica, es decir, de la lucha contra la explotación capitalista, habría sido posible y fácil llegar a la unidad de la clase de los proletarios contra la clase de los propietarios.
Pero ocurre que los partidos políticos, que por lo demás han sido a menudo los que originaron y animaron en un principio el movimiento sindical, quisieron servirse de las asociaciones obreras como campo de reclutamiento y como instrumentos para sus fines especiales, de revolución o de conservación social. De ahí las divisiones entre la clase obrera organizada en diversos agrupamientos bajo la inspiración de los distintos partidos. De ahí el propósito de quienes quieren la unidad y tratan de sustraer a los sindicatos de la tutela de los partidos políticos.
Sin embargo, en este afirmado propósito de sustraerse a la influencia de los partidos políticos, de “excluir la política de los sindicatos”, se esconde un equívoco y una mentira.
Si por política se entiende lo que respecta a la organización de las relaciones humanas y, más especialmente, las relaciones libres o forzadas entre ciudadanos y la existencia o no de un “gobierno” que asuma en sí los poderes públicos y se sirva de la fuerza social para imponer la propia voluntad y defender los intereses de sí mismo y de la clase de que emana, es evidente que esa política entra en todas las manifestaciones de la vida social, y que una organización obrera no puede ser realmente independiente de los partidos, salvo transformándose ella misma en un partido.
Es por lo tanto vano esperar, y para mí estaría mal desear, que se excluya a la política de los sindicatos, puesto que toda cuestión económica de alguna importancia se transforma automáticamente en una cuestión política, y es en el terreno político, es decir con la lucha entre gobernantes y gobernados, donde se deberá resolver en definitiva la cuestión de la emancipación de los trabajadores y de la libertad humana.
Y es natural, y está claro, que debe ser así.
Los capitalistas suelen mantener la lucha en el terreno económico mientras los obreros exijan mejoras pequeñas y generalmente ilusorias, pero ni bien ven disminuido su beneficio y amenazada la existencia misma de sus privilegios apelan al gobierno, y si éste no se muestra suficientemente solícito y fuerte en defenderlos, como ocurrió en los recientes casos de Italia y de España, emplean sus riquezas para financiar nuevas fuerzas represivas y constituir un nuevo gobierno que pueda servirles mejor.
Por lo tanto, las organizaciones obreras deben necesariamente proponerse una línea de conducta frente a la acción actual o potencial de los gobiernos.
Se puede aceptar el orden constituido, reconocer la legitimidad del privilegio económico o del gobierno que lo defiende, o contentarse con maniobrar entre las diversas fracciones burguesas para obtener alguna mejora, como ocurre en las grandes organizaciones no animadas por un elevado ideal, como la Federación Norteamericana del Trabajo y buena parte de las Uniones inglesas, y entonces uno se transforma en la práctica en instrumento de los propios opresores y renuncia a la propia liberación de la servidumbre.
Pero si se aspira a la emancipación integral, o incluso si se desean sólo mejoras definitivas que no dependan de la voluntad de los patrones y de las alternativas del mercado, no existen sino dos caminos para liberarse de la amenaza gubernativa. O apoderarse del gobierno y dirigir los poderes públicos, la fuerza de la colectividad aferrada y coartada por los gobernantes, a la supresión del sistema capitalista; o debilitar y destruir el gobierno para dejar que los interesados, los trabajadores, todos aquellos que de alguna manera concurren con el trabajo manual e intelectual al mantenimiento de la vida social, queden en libertad para proveer a las necesidades individuales y sociales de la manera que mejor consideren, excluido el derecho y la posibilidad de imponer con la violencia la voluntad de unos sobre otros.
Ahora bien, ¿cómo hacer para mantener la unidad cuando existen quienes desean servirse de la fuerza de la asociación para llegar al gobierno, y quienes creen que todo gobierno es necesariamente opresor y nefasto y, por lo tanto, desean encaminar esa misma asociación hacia la lucha contra toda institución autoritaria presente o futura? ¿Cómo mantener juntos a los socialdemócratas, los comunistas de Estado y los anarquistas?
He aquí el problema. Problema que se puede eludir en ciertos momentos, en ocasión de una lucha concreta que reúna a todos los hombres, o por lo menos a una gran masa, en un interés y un deseo comunes, pero que resurge siempre y no es fácil de resolver mientras existan condiciones de violencia y diversidad de opinión sobre el modo de resistir a la violencia.
El método democrático, es decir, el consistente en dejar que decida la mayoría y “mantener la disciplina” no decide la cuestión, porque también él es una mentira y no lo patrocinan sinceramente sino los que tienen o creen tener la mayoría. Dejando de lado el hecho de que “la mayoría” es siempre, por lo demás, la de los dirigentes y no la de la masa, cuyos deseos generalmente se ignoran o se falsifican, no se puede pretender, ni siquiera desear, que quien está profundamente convencido de que la mayoría sigue un camino desastroso, sacrifique sus propias convicciones y asista pasivamente o, peor aún, aporte su ayuda a lo que considera un mal.
La afirmación de que hay que dejar hacer y tratar de conquistar a su vez el consenso de la mayoría, se parece al sistema que se utiliza entre los militares: “sufra la pena y luego reclame”, y es un sistema inaceptable cuando lo que hoy se hace destruye la posibilidad de proceder mañana de otra manera.
Hay cuestiones en las cuales conviene adaptarse a la voluntad de la mayoría porque el daño de la división sería mayor que el que derivaría de un determinado error; hay circunstancias en que la disciplina se vuelve un deber porque el faltar a ella sería faltar a la solidaridad entre los oprimidos y significaría traición frente al enemigo. Pero cuan-do uno está convencido de que la organización toma un camino que compromete el porvenir y hace difícil remediar el mal producido, entonces es un deber rebelarse y oponerse, aun a riesgo de provocar una escisión.
Pero entonces, ¿cuál es la vía de salida de estas dificultades, y cuál es la conducta que deberían seguir los anarquistas en esta cuestión?
Para mí el remedio sería: entendimiento general y solidaridad en las luchas puramente económicas; autonomía completa de los individuos y de los diversos agrupamientos en las luchas políticas.
Pero ¿es posible ver a tiempo dónde la lucha económica se transforma en lucha política? Y ¿hay luchas económicas importantes que la intervención del gobierno no vuelva políticas desde el principio?
De todos modos, nosotros los anarquistas deberíamos llevar nuestra actividad a todas las organizaciones para predicar en ellas la unión entre todos los trabajadores, la descentralización, la libertad de iniciativa, en el cuadro común de la solidaridad contra los patrones.
Y no debemos dar mucha importancia al hecho de que la manía de centralización y autoritarismo de uno, y la intolerancia de otro a toda disciplina, incluso la razonable, lleve a nuevos fraccionamientos, pues si la organización de los trabajadores es una necesidad primordial para las luchas de hoy y para la realización de mañana, no tiene gran importancia la existencia y la duración de esta o aquella determinada organización. Lo esencial es que se desarrolle el espíritu de organización, el sentimiento de solidaridad, la convicción de la necesidad de cooperar fraternalmente para combatir a los opresores y realizar una sociedad en la que todos podamos gozar de una vida, verdaderamente humana.