A continuación dos extractos de trabajos que profundizaron no solo sobre la Huelga General del 36 sino también sobre las organizaciones que actuaron en ella, una de ellas la Alianza Obrera Spartacus. El primer extracto es sobre el trabajo de Nicolás Iñigo Carrera “La Alianza Obrera Spartacus” publicada como Documento de Trabajo Nº 26 del Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina, publicada en pimsa.secyt.gov.ar. El segundo es un extracto del trabajo de Javier Benyo “La Alianza Obrera Spartacus” publicado en la colección Utopía Libertaria; Editorial Anarres, Buenos Aires 2005.
“La Alianza Obrera Spartacus”
Por Nicolás Iñigo Carrera
El momento histórico y la situación de la clase obrera
“El momento que estamos analizando, las décadas de 1930 y 1940, se ubica dentro del período de la historia del capitalismo argentino caracterizado por el desarrollo del capitalismo en general (relación capital - trabajo asalariado) más en extensión que en profundidad y que se manifiesta en un crecimiento de la industria.
A esta expansión se corresponde en el campo de las relaciones políticas, un proceso de creciente ciudadanización e institucionalización de distintas fracciones sociales que se hace evidente desde mediados de la década del ’40 pero se desarrolla desde la década del ’30, si bien no en forma lineal.”
“En la esfera de las relaciones de fuerza internacionales, es el momento en que a pesar de las simpatías que despierta el fascismo triunfante en Europa en una parte de la clase dominante argentina, se refuerzan los lazos de pertenencia a la cadena de países dependientes del imperialismo inglés, aunque se incremente la presencia de capitales norteamericanos en el país. Como ocurre en todo el mundo, en las relaciones de fuerzas políticas adquiere relevancia el alineamiento con relación al fascismo, y en particular al proceso revolucionario y la guerra civil que se desarrollan en España.”
“En el campo de las relaciones políticas, la crisis del sistema electoral se había hecho evidente con la deposición de Yrigoyen. El golpe de estado del 6 de septiembre de 1930 aseguró a la cúpula de la burguesía argentina el control total del gobierno del estado, para poder implementar, según sus intereses, las políticas necesarias para adecuar el país a las nuevas condiciones que imponía la crisis económica mundial desatada en 1929. La proscripción del radicalismo en 1931 y el fraude electoral, mantuvieron fuera del gobierno a fracciones de burguesía y pequeña burguesía que, afectadas por la política gubernamental, comenzaron a buscar alguna alianza con fracciones de la clase obrera. El fracaso de los cuadros militares radicales que intentaron recuperar el gobierno por las armas, apelando
incluso a un entendimiento con grupos anarquistas, llevó a los cuadros políticos del radicalismo a abandonar la abstención electoral, en 1935. (Nota del Autor: Aunque existieron conspiraciones que incluían a militantes del anarquismo, los dirigentes radicales fueron renuentes a entregarles armas y nunca se concretaron. Referencias en Riera Díaz, Laureano; Memorias de un luchador social (1926-1940); Buenos Aires, edición del autor, 1981.)”
“Para la clase obrera, 1935 se ubica en un momento ascendente de sus luchas. Los efectos de la crisis económica mundial de 1929 sobre la población obrera habían tenido una de sus mayores manifestaciones en el incremento de la desocupación. El Censo de Desocupados realizado por el Departamento Nacional del Trabajo, que por la manera en que fue realizado tendía a subestimar el número de las personas sin empleo, registró un total de 334.000 desocupados en el país. Sólo en el Albergue oficial de Puerto Nuevo se alojaban 2.000, “cuidadosamente fichados y controlados” (Nota del Autor: Archivo General de la Nación – Fondo Justo; Caja 45 (Período 1920-1933); Ministerio del Interior; Documento N° 152; foja 407.) De manera que un aspecto que presentó la lucha de los obreros en los comienzos de la década de 1930 fueron las manifestaciones de desocupados en la ciudad de Buenos Aires y, en 1933, los saqueos y destrozos contra las Grandes Despensas Argentinas y otros comercios de la Avda. Canning, protagonizados por desocupados de la Villa Esperanza (Puerto Nuevo).“
“El gobierno del general Uriburu persiguió con especial saña a los militantes anarquistas. En 1930 fue fusilado Joaquín Penina, acusado de ser el autor de un volante contra el gobierno. El mismo año los choferes anarquistas José Santos Ares, José Montero y Florindo Gayoso, apresados por un conflicto en la General Motors, fueron condenados a muerte por un tribunal militar (con la confirmación del Consejo Supremo de Guerra y Marina) acusados de atentado, incendio, asaltos y tiroteos con la policía; pero la movilización en contra de la medida, que incluyó gestiones de la C.G.T. y de la colonia española, logró que se les permutara esa pena por la de cadena perpetua. En 1931 fueron fusilados Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó.
Aunque no refiere directamente al tema de este trabajo debe recordarse que aun durante el gobierno de Uriburu los anarquistas no habían dejado de actuar en el movimiento sindical[1], ni de realizar acciones contra quienes los perseguían[2]. Muchos fueron apresados y encarcelados en Villa Devoto y en Ushuaia, junto con militantes comunistas. Entre los enviados a Ushuaia estaban Horacio Badaraco y Domingo Varone, que más tarde formarán parte de Spartacus.”
“El 7 y 8 de enero de 1936 se produjo la primera y más importante huelga general con repercusión nacional en la década de 1930. Declarada como demostración de fuerza y apoyo por el Comité de Solidaridad y Ayuda con los Obreros de la Construcción, en huelga desde octubre de 1935, la huelga general devino en combate de masas en la mañana del día 7, cuando manifestantes de distintas fracciones y capas proletarias y populares (obreros de fábricas, talleres y de la construcción, trabajadores domiciliarios, mujeres, jóvenes, pobres), que pretendían hacer efectivo el cumplimiento de la huelga y realizar mitines -asambleas, enfrentaron a la policía obligándola a abandonar las calles de buena parte de la ciudad de Buenos Aires. En esta huelga, lo mismo que en la huelga de los obreros de la construcción, se hizo manifiesta la confrontación entre las distintas alternativas (insertarse en el sistema institucional político y jurídico en las mejores condiciones posibles sin pretender su transformación de raíz, realizar una lucha “mejorativista” sin perder de vista la transformación radical del sistema social o rechazar toda vinculación con el sistema institucional) planteadas a la clase obrera argentina.”
“Los miembros de la Alianza Obrera Spartacus tuvieron una importante participación en la organización de la huelga general de 1936 y en las acciones de masas en las calles. Y, a diferencia de otras organizaciones políticas vinculadas al movimiento obrero, asumieron la autoría de esas acciones, lo mismo que el Comité Regional de Relaciones Anarquistas (C.R.R.A.). (Nota del Autor: El C.R.R.A. y Spartacus asumieron públicamente las acciones callejeras mientras la F.O.R.A. rechazaba la declaración de la huelga, los socialistas repudiaban esas acciones, que atribuían a individuos ajenos al movimiento obrero, y los comunistas se desentendían de ellas atribuyéndolas a los fascistas infiltrados.
“Antonio Cabrera y Lorenzo Cruz, los principales dirigentes del Sindicato de Pintores, que se integró a la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción (F.O.S.C.), eran miembros de Spartacus. Horacio Badaraco, orientador de la Alianza Obrera Spartacus, redactó los boletines de huelga y a él se atribuye el plan del Comité de Solidaridad con los Obreros de la Construcción para desarrollar las acciones en las calles de Buenos Aires, organizando mitines -asambleas sucesivas avanzando desde la periferia al centro de la ciudad[3]”.
Nicolás Iñigo Carrera en este trabajo cita una entrevista a Romano: “Sí, en las acciones callejeras tuvo mucho que ver. No sé cómo habría que llamarlo, como estratega (...); pero él desde luego que tuvo mucho que ver con la planificación de esos actos; porque no fueron actos hechos así a tontas y a locas; fueron actos que tuvieron más o menos una calculada efectividad; en los distintos barrios las cosas fueron... había una conexión, había una relación; en eso Badaraco tuvo mucho que ver”[4]. Un miembro de Spartacus que estuvo entre los que realizaron acciones para garantizar el cumplimiento de la huelga en la zona de Villa Mitre y Villa del Parque recuerda que “la consigna de nosotros era los dos días meterle fuego al barrio. Era una directiva que teníamos, que la había traído Antonio Cabrera de parte de Horacio Badaraco. Los dos días en el barrio”
“La Alianza Obrera Spartacus”
Por Javier Benyo
La Huelga General de Enero de 1936
La huelga general de enero de 1936 no sólo es la cúspide de las luchas obreras de la década, sino también el pico de la in- fluencia política de Spartacus. El movimiento huelguístico de los obreros de la construcción culminó con dos días de intensos combates que hicieron recordar a los de enero de 1919. La huelga había comenzado el 23 de octubre del año anterior. De acuerdo con lo decidido tres días antes en una asamblea general de los albañiles, los trabajadores abandonaron el trabajo ante la negativa de la patronal de aceptar el pliego de condiciones que exigía aumentos de salarios, mejores condiciones de trabajo y el reconocimiento del Sindicato Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos. El 15 de noviembre en una multitudinaria asamblea en el Luna Park se decidió el paro de todos los gremios afiliados a la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción. Spartacus dio una vívida descripción de una de las asambleas que dictaminó una suspensión total de la actividad del ramo durante casi 60 días:
Por sobre el rumor de colmena de la muchedumbre que llena el estadio, puñados de blancos volantes flamean en el aire. Las manos se alzan y cazan al vuelo los papeles. Hay sed de leer todo lo que pueda decir una palabra nueva de la huelga; manifiestos y periódicos tiemblan en esas manos endurecidas por los trabajos más rudos. Cuando el altavoz grita su primer palabra, el rumor se ahoga en un suspiro denso y los millares de ojos buscan la cara amiga de los camaradas del comité de huelga y de los delegados.[5]
La FOSC, que tuvo en los comienzos la dirección del movimiento, había nacido por una iniciativa de Spartacus a través del Sindicato de Obreros Pintores comandado por Cabrera. Además de la organización de orientación espartaquista, la federación reunía al Sindicato Obreros Albañiles (de dirección comunista), y a una serie de pequeños gremios que en su mayor parte, según Durruty, estaban dirigidos por anarquistas: el Sindicato de Obreros Marmolistas, Sindicato de Obreros de la Industria Eléctrica, Sindicato de Obreros Yeseros, Sindicato de Obreros Picapedreros, Sindicato de Colocadores de Vidrio, Sindicato Obreros Montadores de Calefacción.[6] Este proceso de unificación, cuyo ejemplo Spartacus esperaba que cundiera en otras ramas industriales, fue calurosamente saludado por el grupo como la realización de una de sus principales aspiraciones: la creación de sindicatos por rama de industria:
El movimiento de concentración proletaria se está operando en todas las ramas. La construcción, con millares de trabaja- dores en vísperas de una total reorganización unitaria, con los centenares de huelguistas que en los últimos tiempos han revistado en sus cuadros gremiales, opondrá al capitalismo de empresa el compacto block de un proletariado que ha elaborado, bajo las normas del más nítido federalismo obrero, verdaderas armas para la lucha sindical revolucionaria.[7]
Una vez declarada la medida de fuerza se procedió a la formación de un Comité de Huelga. Los militantes de Spartacus Cruz y Cabrera, en representación de los pintores, participaron en él de manera destacada. Ellos invitaron a Badaraco a una de las reuniones y, luego de una de sus intervenciones, se decidió que fuera él, con la colaboración de Romano, quien redactara los boletines del Comité.[8]
El modo de acción sindical adoptado por la FOSC se correspondía en todo con la acción directa propugnada por los anarquistas. La secuencia de los hechos se condice a la perfección con la descripción dada por Basanta acerca de las características de la acción directa: se decidió en una asamblea general los puntos que integrarían el pliego de condiciones, se lo pre- sentó a los empresarios y ante la negativa de la patronal de satisfacer las demandas, se llamó a la huelga. Como afirma Durruty: “El movimiento no está precedido por una fase de negociaciones; el 22 de octubre el sindicato hace llegar a las empresas un pliego de condiciones; al día siguiente comienza la huelga”.[9] Si a esto se le agrega que la FOSC no había sido reconocida oficialmente, y por el momento no buscaba ese re- conocimiento sino el de las cámaras empresariales, la actuación en su interior no implicaba para Spartacus grandes contradicciones con los principios anarquistas. Cabrera, el dirigen- te espartaquista que tuvo mayor protagonismo en la constitución de la federación, alcanzó en la primera época el cargo de secretario de la Comisión de Organización. Posteriormente, integró en varias ocasiones tanto el Consejo Federal de la FONC como la Comisión Directiva del Sindicato Único de Obreros de la Construcción.
La huelga despertó enormes caudales de solidaridad entre la población. Se llevaron adelante exitosamente numerosas campañas en los barrios de la Capital Federal para reunir fondos destinados a los comedores obreros dispuestos para alimentar a los huelguistas y sus familias. Con el correr de los días el conflicto fue tomando un carácter cada vez más violento. Fue así que, en uno de los actos realizados en diciembre para apoyar el paro, fue asesinado por la policía un obrero anarquista en el barrio de Flores. Por esa misma época se formaba el Comité de Solidaridad y Defensa con los Obreros de la Construcción que sería el encargado de declarar la huelga general del 7 de enero y su extensión por 24 horas más. El Comité, cuyo secretario era Mateo Fossa (del Partido Socialista Obrero y dirigente del sindicato de la madera), fue establecido a partir de un núcleo original de organizaciones que estaba integrado por la Federación Obrera Marítima, la Federación Obrera en Construcciones Navales, la Federación Obrera de San Fernando, el Sindicato Único de Obreros en Madera y la FOSC. De este núcleo, el Comité de Solidaridad se expandió hasta agrupar a 68 organizaciones de distinta importancia. Spartacus ocupó un lugar de relevancia en su interior principalmente a través del Sindicato de Obreros Pintores, pero también mediante otras organizaciones. Las crónicas registran la inclusión de una “Seccional de Lavadores y Limpiadores de Autos”: es probable que se trate de una fracción del gremio en que militaba Badaraco, acaudillada por el dirigente espartaquista. También estaba presente la Federación Local de San Fernando en la que, como ya se ha visto, el grupo parecía tener algún predicamento.
Para expresar su posición ante la huelga, la agrupación anarquista emitió un manifiesto dirigido “a todo el proletariado, a los obreros de todos los sectores, a los trabajadores volcados en la lucha”. Allí sostenía:
Hoy, por resolución vuestra, por voluntad vuestra, es la huelga general. Desde vuestro seno, a vuestro lado, luchando junto a vosotros, los trabajadores anarquistas os invitamos a levantar la causa de la huelga general, lo más alto que os sea posible para sacarla de lo más profundo de las masas proletarias, del corazón y los puños de los millares de jóvenes, de obreras y obreros ardientemente identificados en la calle, como una sola y enérgica voluntad de clase, de la inmensa clase obrera que por sobre todas las defecciones, los derrotismos, el terror, las prisiones, deportaciones y procesos, sabe concentrar en sí misma la vigorosa respuesta de la huelga general contra el patronato industrial, la reacción y el fascismo.
Sea la huelga general la afirmación totalitaria del vuelco del proletariado en la calle. Sea el creciente y vigoroso acto donde todos los trabajadores, unidos en la lucha, por sobre las defecciones y las sombras de derrota, las jefaturas parlamentarias y de partido, divisionismo de las burocracias sindicales y todos los emboscados propósitos de entrega, hagan la recapitulación de su verdadera fraternización proletaria. Alzad, entonces, el movimiento de la huelga general al nivel de las grandes demandas del proletariado.[10]
La huelga era vista como el momento decisivo de un proceso de creciente agitación entre las masas. Se estaba entrando en una etapa de definiciones en la que las fuerzas burocráticas y aquellos que formaban parte de la oposición a las direcciones obreras, pero que pregonaban la acción de tipo institucional, se verían desbordados y derrotados por la potencia del proletaria- do en lucha. Por otra parte, Spartacus promovía que la huelga de la construcción no terminara en el reclamo de un solo sector del proletariado. La gigantesca energía movilizada alrededor de la lucha de los albañiles debía transformarse en una huelga general para que en ella encontraran cauce una multiplicidad de luchas y reclamos que hasta el momento se hallaban dispersos. De esta manera, confluirían el pedido por los procesados de Bragado y otros presos sociales, la lucha contra las leyes 4144 y de Asociación Ilícita, el antifascismo, y los reclamos por los derechos de libertad de prensa, reunión y organización.
La influencia de Spartacus en el movimiento puede apreciarse en el hecho de que buena parte de estos reclamos fueron tenidos en cuenta por el Comité de Solidaridad a la hora de declarar la huelga general. En un comunicado redactado el mismo día en que se convocaba al paro, el Comité expresaba su solidaridad con los presos de Bragado, los panaderos condena- dos a cadena perpetua y los procesados por asociación ilícita de los gremios de Chauffeurs, Panaderos y Lavadores de Autos. Se exhortaba, finalmente, al pueblo a “proseguir firmemente en la lucha por la liberación de todos los presos sociales”.[11]
Para el día 7, el Comité había dispuesto la realización de asambleas por la mañana en numerosos puntos de la Capital Federal. En cada una de las reuniones hablarían dirigentes de los gremios de la construcción y de los que se habían plegado a la lucha. Las asambleas debían confluir en un acto central a las 16 horas en Plaza Once. La organización de la huelga preveía que Cabrera hablara a las 10, en Almirante Brown y Pedro de Mendoza, barrio de la Boca. Cruz, por su parte, lo haría a las 11 en Rivadavia y Centenera. Algunos testimonios indican que este plan fue diseñado por Badaraco.[12] Los hechos de violencia sucedidos desde horas muy tempranas impidieron que este es- quema se pudiera llevar adelante. Los espartaquistas tuvieron un rol fundamental en la organización de los combates callejeros. De acuerdo con el relato de Romano: “[Badaraco] tuvo mucho que ver en la planificación de esos actos; porque no fueron actos hechos a tontas y locas; fueron actos que tuvieron una más o menos calculada efectividad”.[13] Otro militante sostiene: “la consigna que nosotros teníamos era meterle fuego al barrio. Era una directiva de Antonio Cabrera de parte de Horacio Badaraco”. Los piquetes se adueñaron de las calles antes del mediodía, no sin antes hacer uso de violencia, en especial contra los medios de transporte, para hacer cumplir las directivas del Comité de Solidaridad. “En Nazca y Arregui encontramos un ómnibus Imperial, bajamos a los pasajeros, hablamos con el conductor y después lo escupieron, la gente estaba indignada con el conductor, finalmente quemamos el ómnibus”, relata el mismo militante de Spartacus.
Más temprano, alrededor de las siete de la mañana se había producido en Villa Urquiza el primer enfrentamiento armado que tuvo como resultado tres muertos, dos policías y un manifestante, y 16 heridos. En el mismo lugar, las fuerzas del orden sufrieron otra baja un par de horas después cuando el agente Beloppo murió a causa de las heridas de bala recibida en un tiroteo con huelguistas. La policía acusó a Basanta de ser quien puso fin a la vida de uno de los agentes. Para escapar de la persecución estatal, tiempo después el militante de Spartacus debió huir de la Capital y refugiarse clandestinamente durante ocho años en San Juan, en donde llegaría a ocupar el cargo de secretario general del PC.[14] De esta manera, el grupo perdía a uno de sus principales hombres de acción.
Otros dos manifestantes murieron en extrañas circunstancias. Jaime Chudi murió en el Hospital Israelita de una “conmoción cerebral” luego de haber sido detenido por la policía. La versión oficial indicaba que Chudi falleció como consecuencia de un golpe al caerse antes de ser arrestado. El sindicato textil al que pertenecía Chudi denunció que su muerte era producto de los golpes aplicados por los agentes de la ley. Algo similar ocurrió con Jerónimo Osechuk, en el barrio de Nueva Pompeya. El relato policial sostuvo que el obrero panadero murió en un tiroteo. El diario La República dio una versión diferente del hecho: “Osechuk se hallaba ese día tranquilamente esperando la iniciación de la conferencia autorizada por la policía, en Sáenz y Roca, cuando sin que mediara incidencia alguna, se le acercó un sargento y le disparó un balazo a quemarropa”.[15] A esta altura del día, la policía ya había detenido a varios dirigentes de la huelga. Entre ellos figuraban Cruz y el secretario del Comité de Solidaridad, Mateo Fossa. A estos se le agregaría en horas de la tarde Guido Fioravanti, el principal dirigente de la construcción. Al terminar la jornada entre 500 y 3.000 personas, según las distintas fuentes, habían sido detenidas.
La gravedad de los hechos y la necesidad de luchar por la libertad de los detenidos impulsó al Comité de Solidaridad a extender por 24 horas el paro general. Pese a que se había comprometido a hacerlo, la CGT Independencia no se plegó a la huelga, así como tampoco lo hizo en un primer momento la Federación Líneas de Autos Colectivos, que en el correr de las horas cambiaría de actitud. El resto de los gremios que habían parado durante la primera jornada continuó con la lucha. La huelga prosiguió con idéntica intensidad al día anterior. Nuevamente, los medios de transporte fueron el blanco principal de los manifestantes, que hicieron todo cuanto estuvo a su alcance para evitar la circulación de ómnibus y trenes. La actividad comercial fue prácticamente nula en los barrios en los que se habían producido los principales focos de violencia.
Hacia las 6 de la tarde, el Comité de Solidaridad, “frente a las formales promesas de reapertura de los locales y la libertad de los presos”, da por concluida la huelga general. A pesar de la directivas sindicales, en algunos puntos de la ciudad, en particular en Mataderos, tuvieron lugar incidentes aislados. Por la noche, lentamente los detenidos comenzaron a recobrar su libertad. Pero todavía, el día 10 quedaban 600 detenidos. En una declaración firmada por Cabrera, la FOSC afirmaba que el Comité de Solidaridad se encontraba haciendo gestiones para que los presos fueran liberados y los locales reabiertos. Simultáneamente, el Comité de Huelga de la Construcción hacía un llamado a los trabajadores de la construcción: “a permanecer en sus puestos hasta vencer a la terquedad patronal, única responsable de los hechos sucedidos y del paro decretado”.
El conflicto liderado por los albañiles continuó durante una semana más. Fue en ese momento que el gobierno nacional tomó cartas en el asunto. El Poder Ejecutivo, a través del mismísimo presidente Justo, emplazó a las empresas a terminar con su in- transigencia y llegar a un acuerdo con los huelguistas para evitar la prolongación de un movimiento que “puede degenerar en conflictos de otra clase o facilitarlos”. En el despacho del ministro del Interior se llevaron adelante las negociaciones entre la parte obrera y la patronal. Una asamblea, realizada en el Luna Park el 23 de enero, aceptó la propuesta empresaria que fijaba salarios un tanto más bajos de los reclamados original- mente en el pliego de condiciones y puso fin al paro.
Los comunistas exhibieron el resultado de la huelga como un rotundo triunfo para la causa de los trabajadores. Algunos años después Chiarante en su biografía afirma: “La unidad del gremio, la solidaridad de los trabajadores y del pueblo en general, la justa táctica y estrategia de los dirigentes, en su mayoría comunistas, habían conseguido doblegar, por primera vez, a una patronal poderosa y a su aliado cómplice, la dictadura justista.”[16] Sin embargo, la minoría anarquista de la FOSC se mostraba en desacuerdo con el balance que hacían los comunistas y señalaba que ciertos puntos no habían podido lograrse, en especial el reconocimiento del sindicato por la patronal. La CRRA, que poseía una pequeña fracción en el interior del Sindicato de Albañiles capitaneada por Ángel Geraci, denunciaba en un documento que “se vuelve al trabajo, sin el reconocimiento del Sindicato, aceptándose en cambio comisiones paritarias que funcionarán bajo control del Estado”.[17] El lugar otorgado al Estado en la resolución del conflicto era el otro punto sobre el cual los ácratas discrepaban con la conducción del gremio. Los pequeños gremios adheridos a la Federación de la Construcción presentaron una queja, argumentando: “nuestras bases establecen claramente que las tácticas de lucha han de ser las de la acción directa (...) [y no] las gestiones legalistas solicitando los buenos oficios de legisladores y otros personajes de influencia”. Entre los firmantes de la declaración se encontraban los sindicatos de Obreros Marmoleros y Anexos, de Colocadores de Mosaicos y Azulejos, y de Colocadores de Vidrio y Herreros de Obra. La ausencia en esta lista de Obreros Pintores lleva a pensar que el gremio controlado por Spartacus no parece haber opuesto mayores reparos a la forma en que se dio por terminada la huelga.
Cabe destacar que la ausencia, entre las colecciones a las que se ha tenido acceso, del número posterior a la finalización del conflicto hace que no sea posible establecer con certeza cuál fue el balance que hizo el grupo sobre la medida de fuerza. Pero es posible reconstruir hasta cierto punto su opinión tomando en cuenta documentos posteriores al conflicto. Spartacus parecía destacar, por encima de sus discusiones con otras tendencias en el interior de la FOSC, los aspectos positivos de las lu- chas de enero: la unidad en la calle de los distintos sectores, las muestras de solidaridad y el despliegue de una capacidad combativa inédita. En un panfleto fechado en 1937, en ocasión de otra huelga de la construcción, se expresaba: “la huelga del treinta y cinco no dio iguales ventajas económicas para todos los gremios, ella levantó y afirmó la moral combativa del proletariado de la edificación, haciendo triunfar la resistencia, el sacrificio y el corazón solidario de la clase obrera sobre la soberbia y el poderío de los imperialistas”.[18] Al mismo tiempo señalaba que era necesario seguir apoyando a la FONC “a pesar de todas sus fallas, de todos sus vicios, de todas sus debilidades y desaciertos”.
La huelga general de enero de 1936 implicó la irrupción dentro del movimiento obrero de sectores de trabajadores que no se encontraban encuadrados en organizaciones que tuvieran un cierto grado de institucionalización. En cierto modo, esto determinó la forma que adoptó la lucha obrera, que rápida- mente se transformó en huelga salvaje. Una metodología que al decir de Durruty, había sido superada por los núcleos obreros organizados.[19] La capacidad combativa manifestada a lo largo de las dos jornadas desbordó a los propios organizadores de la protesta y confirmó las hipótesis de los espartaquistas sobre la gestación de una fuerza renovadora en el seno del movimiento obrero. Estas acciones radicales, como señala Iñigo Carrera, “están poniendo en evidencia, no sólo su disposición a enfrentar las condiciones en que se desarrolla su vida, sino también, al menos embrionariamente, al sistema social mismo”.[20]
El desarrollo de las huelgas salvajes no está necesariamente librado a un espontaneísmo caótico carente de dirección y objetivos. Por el contrario, la huelga salvaje suele tener estrategias propias que buscan eludir las vías oficiales para la resolución de los conflictos. Estas estrategias tienen como resultado que, al enfrentamiento habitual con la patronal, se le sume la oposición de hecho al Estado y las burocracias dirigentes. De allí el cariz violento que habitualmente adoptan este tipo de paros. La huelga salvaje había sido por antonomasia el instrumento de lucha antiinstitucional del movimiento obrero durante las dos primeras décadas del siglo XX. Con la apertura de canales oficiales de negociación y la actitud pragmática de la dirigencia sindicalista, esta metodología de protesta va cayendo en desuso y reaparece a mediados de los treinta de manera inesperada para muchos, aunque no para Spartacus. A partir de entonces, el grupo puso más énfasis que nunca en la necesidad de encauzar toda esta energía antiinstitucional en organizaciones que no la sofocaran.
“La Alianza Obrera Spartacus”
Por Nicolás Iñigo Carrera
El momento histórico y la situación de la clase obrera
“El momento que estamos analizando, las décadas de 1930 y 1940, se ubica dentro del período de la historia del capitalismo argentino caracterizado por el desarrollo del capitalismo en general (relación capital - trabajo asalariado) más en extensión que en profundidad y que se manifiesta en un crecimiento de la industria.
A esta expansión se corresponde en el campo de las relaciones políticas, un proceso de creciente ciudadanización e institucionalización de distintas fracciones sociales que se hace evidente desde mediados de la década del ’40 pero se desarrolla desde la década del ’30, si bien no en forma lineal.”
“En la esfera de las relaciones de fuerza internacionales, es el momento en que a pesar de las simpatías que despierta el fascismo triunfante en Europa en una parte de la clase dominante argentina, se refuerzan los lazos de pertenencia a la cadena de países dependientes del imperialismo inglés, aunque se incremente la presencia de capitales norteamericanos en el país. Como ocurre en todo el mundo, en las relaciones de fuerzas políticas adquiere relevancia el alineamiento con relación al fascismo, y en particular al proceso revolucionario y la guerra civil que se desarrollan en España.”
“En el campo de las relaciones políticas, la crisis del sistema electoral se había hecho evidente con la deposición de Yrigoyen. El golpe de estado del 6 de septiembre de 1930 aseguró a la cúpula de la burguesía argentina el control total del gobierno del estado, para poder implementar, según sus intereses, las políticas necesarias para adecuar el país a las nuevas condiciones que imponía la crisis económica mundial desatada en 1929. La proscripción del radicalismo en 1931 y el fraude electoral, mantuvieron fuera del gobierno a fracciones de burguesía y pequeña burguesía que, afectadas por la política gubernamental, comenzaron a buscar alguna alianza con fracciones de la clase obrera. El fracaso de los cuadros militares radicales que intentaron recuperar el gobierno por las armas, apelando
incluso a un entendimiento con grupos anarquistas, llevó a los cuadros políticos del radicalismo a abandonar la abstención electoral, en 1935. (Nota del Autor: Aunque existieron conspiraciones que incluían a militantes del anarquismo, los dirigentes radicales fueron renuentes a entregarles armas y nunca se concretaron. Referencias en Riera Díaz, Laureano; Memorias de un luchador social (1926-1940); Buenos Aires, edición del autor, 1981.)”
“Para la clase obrera, 1935 se ubica en un momento ascendente de sus luchas. Los efectos de la crisis económica mundial de 1929 sobre la población obrera habían tenido una de sus mayores manifestaciones en el incremento de la desocupación. El Censo de Desocupados realizado por el Departamento Nacional del Trabajo, que por la manera en que fue realizado tendía a subestimar el número de las personas sin empleo, registró un total de 334.000 desocupados en el país. Sólo en el Albergue oficial de Puerto Nuevo se alojaban 2.000, “cuidadosamente fichados y controlados” (Nota del Autor: Archivo General de la Nación – Fondo Justo; Caja 45 (Período 1920-1933); Ministerio del Interior; Documento N° 152; foja 407.) De manera que un aspecto que presentó la lucha de los obreros en los comienzos de la década de 1930 fueron las manifestaciones de desocupados en la ciudad de Buenos Aires y, en 1933, los saqueos y destrozos contra las Grandes Despensas Argentinas y otros comercios de la Avda. Canning, protagonizados por desocupados de la Villa Esperanza (Puerto Nuevo).“
“El gobierno del general Uriburu persiguió con especial saña a los militantes anarquistas. En 1930 fue fusilado Joaquín Penina, acusado de ser el autor de un volante contra el gobierno. El mismo año los choferes anarquistas José Santos Ares, José Montero y Florindo Gayoso, apresados por un conflicto en la General Motors, fueron condenados a muerte por un tribunal militar (con la confirmación del Consejo Supremo de Guerra y Marina) acusados de atentado, incendio, asaltos y tiroteos con la policía; pero la movilización en contra de la medida, que incluyó gestiones de la C.G.T. y de la colonia española, logró que se les permutara esa pena por la de cadena perpetua. En 1931 fueron fusilados Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó.
Aunque no refiere directamente al tema de este trabajo debe recordarse que aun durante el gobierno de Uriburu los anarquistas no habían dejado de actuar en el movimiento sindical[1], ni de realizar acciones contra quienes los perseguían[2]. Muchos fueron apresados y encarcelados en Villa Devoto y en Ushuaia, junto con militantes comunistas. Entre los enviados a Ushuaia estaban Horacio Badaraco y Domingo Varone, que más tarde formarán parte de Spartacus.”
“El 7 y 8 de enero de 1936 se produjo la primera y más importante huelga general con repercusión nacional en la década de 1930. Declarada como demostración de fuerza y apoyo por el Comité de Solidaridad y Ayuda con los Obreros de la Construcción, en huelga desde octubre de 1935, la huelga general devino en combate de masas en la mañana del día 7, cuando manifestantes de distintas fracciones y capas proletarias y populares (obreros de fábricas, talleres y de la construcción, trabajadores domiciliarios, mujeres, jóvenes, pobres), que pretendían hacer efectivo el cumplimiento de la huelga y realizar mitines -asambleas, enfrentaron a la policía obligándola a abandonar las calles de buena parte de la ciudad de Buenos Aires. En esta huelga, lo mismo que en la huelga de los obreros de la construcción, se hizo manifiesta la confrontación entre las distintas alternativas (insertarse en el sistema institucional político y jurídico en las mejores condiciones posibles sin pretender su transformación de raíz, realizar una lucha “mejorativista” sin perder de vista la transformación radical del sistema social o rechazar toda vinculación con el sistema institucional) planteadas a la clase obrera argentina.”
“Los miembros de la Alianza Obrera Spartacus tuvieron una importante participación en la organización de la huelga general de 1936 y en las acciones de masas en las calles. Y, a diferencia de otras organizaciones políticas vinculadas al movimiento obrero, asumieron la autoría de esas acciones, lo mismo que el Comité Regional de Relaciones Anarquistas (C.R.R.A.). (Nota del Autor: El C.R.R.A. y Spartacus asumieron públicamente las acciones callejeras mientras la F.O.R.A. rechazaba la declaración de la huelga, los socialistas repudiaban esas acciones, que atribuían a individuos ajenos al movimiento obrero, y los comunistas se desentendían de ellas atribuyéndolas a los fascistas infiltrados.
“Antonio Cabrera y Lorenzo Cruz, los principales dirigentes del Sindicato de Pintores, que se integró a la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción (F.O.S.C.), eran miembros de Spartacus. Horacio Badaraco, orientador de la Alianza Obrera Spartacus, redactó los boletines de huelga y a él se atribuye el plan del Comité de Solidaridad con los Obreros de la Construcción para desarrollar las acciones en las calles de Buenos Aires, organizando mitines -asambleas sucesivas avanzando desde la periferia al centro de la ciudad[3]”.
Nicolás Iñigo Carrera en este trabajo cita una entrevista a Romano: “Sí, en las acciones callejeras tuvo mucho que ver. No sé cómo habría que llamarlo, como estratega (...); pero él desde luego que tuvo mucho que ver con la planificación de esos actos; porque no fueron actos hechos así a tontas y a locas; fueron actos que tuvieron más o menos una calculada efectividad; en los distintos barrios las cosas fueron... había una conexión, había una relación; en eso Badaraco tuvo mucho que ver”[4]. Un miembro de Spartacus que estuvo entre los que realizaron acciones para garantizar el cumplimiento de la huelga en la zona de Villa Mitre y Villa del Parque recuerda que “la consigna de nosotros era los dos días meterle fuego al barrio. Era una directiva que teníamos, que la había traído Antonio Cabrera de parte de Horacio Badaraco. Los dos días en el barrio”
“La Alianza Obrera Spartacus”
Por Javier Benyo
La Huelga General de Enero de 1936
La huelga general de enero de 1936 no sólo es la cúspide de las luchas obreras de la década, sino también el pico de la in- fluencia política de Spartacus. El movimiento huelguístico de los obreros de la construcción culminó con dos días de intensos combates que hicieron recordar a los de enero de 1919. La huelga había comenzado el 23 de octubre del año anterior. De acuerdo con lo decidido tres días antes en una asamblea general de los albañiles, los trabajadores abandonaron el trabajo ante la negativa de la patronal de aceptar el pliego de condiciones que exigía aumentos de salarios, mejores condiciones de trabajo y el reconocimiento del Sindicato Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos. El 15 de noviembre en una multitudinaria asamblea en el Luna Park se decidió el paro de todos los gremios afiliados a la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción. Spartacus dio una vívida descripción de una de las asambleas que dictaminó una suspensión total de la actividad del ramo durante casi 60 días:
Por sobre el rumor de colmena de la muchedumbre que llena el estadio, puñados de blancos volantes flamean en el aire. Las manos se alzan y cazan al vuelo los papeles. Hay sed de leer todo lo que pueda decir una palabra nueva de la huelga; manifiestos y periódicos tiemblan en esas manos endurecidas por los trabajos más rudos. Cuando el altavoz grita su primer palabra, el rumor se ahoga en un suspiro denso y los millares de ojos buscan la cara amiga de los camaradas del comité de huelga y de los delegados.[5]
La FOSC, que tuvo en los comienzos la dirección del movimiento, había nacido por una iniciativa de Spartacus a través del Sindicato de Obreros Pintores comandado por Cabrera. Además de la organización de orientación espartaquista, la federación reunía al Sindicato Obreros Albañiles (de dirección comunista), y a una serie de pequeños gremios que en su mayor parte, según Durruty, estaban dirigidos por anarquistas: el Sindicato de Obreros Marmolistas, Sindicato de Obreros de la Industria Eléctrica, Sindicato de Obreros Yeseros, Sindicato de Obreros Picapedreros, Sindicato de Colocadores de Vidrio, Sindicato Obreros Montadores de Calefacción.[6] Este proceso de unificación, cuyo ejemplo Spartacus esperaba que cundiera en otras ramas industriales, fue calurosamente saludado por el grupo como la realización de una de sus principales aspiraciones: la creación de sindicatos por rama de industria:
El movimiento de concentración proletaria se está operando en todas las ramas. La construcción, con millares de trabaja- dores en vísperas de una total reorganización unitaria, con los centenares de huelguistas que en los últimos tiempos han revistado en sus cuadros gremiales, opondrá al capitalismo de empresa el compacto block de un proletariado que ha elaborado, bajo las normas del más nítido federalismo obrero, verdaderas armas para la lucha sindical revolucionaria.[7]
Una vez declarada la medida de fuerza se procedió a la formación de un Comité de Huelga. Los militantes de Spartacus Cruz y Cabrera, en representación de los pintores, participaron en él de manera destacada. Ellos invitaron a Badaraco a una de las reuniones y, luego de una de sus intervenciones, se decidió que fuera él, con la colaboración de Romano, quien redactara los boletines del Comité.[8]
El modo de acción sindical adoptado por la FOSC se correspondía en todo con la acción directa propugnada por los anarquistas. La secuencia de los hechos se condice a la perfección con la descripción dada por Basanta acerca de las características de la acción directa: se decidió en una asamblea general los puntos que integrarían el pliego de condiciones, se lo pre- sentó a los empresarios y ante la negativa de la patronal de satisfacer las demandas, se llamó a la huelga. Como afirma Durruty: “El movimiento no está precedido por una fase de negociaciones; el 22 de octubre el sindicato hace llegar a las empresas un pliego de condiciones; al día siguiente comienza la huelga”.[9] Si a esto se le agrega que la FOSC no había sido reconocida oficialmente, y por el momento no buscaba ese re- conocimiento sino el de las cámaras empresariales, la actuación en su interior no implicaba para Spartacus grandes contradicciones con los principios anarquistas. Cabrera, el dirigen- te espartaquista que tuvo mayor protagonismo en la constitución de la federación, alcanzó en la primera época el cargo de secretario de la Comisión de Organización. Posteriormente, integró en varias ocasiones tanto el Consejo Federal de la FONC como la Comisión Directiva del Sindicato Único de Obreros de la Construcción.
La huelga despertó enormes caudales de solidaridad entre la población. Se llevaron adelante exitosamente numerosas campañas en los barrios de la Capital Federal para reunir fondos destinados a los comedores obreros dispuestos para alimentar a los huelguistas y sus familias. Con el correr de los días el conflicto fue tomando un carácter cada vez más violento. Fue así que, en uno de los actos realizados en diciembre para apoyar el paro, fue asesinado por la policía un obrero anarquista en el barrio de Flores. Por esa misma época se formaba el Comité de Solidaridad y Defensa con los Obreros de la Construcción que sería el encargado de declarar la huelga general del 7 de enero y su extensión por 24 horas más. El Comité, cuyo secretario era Mateo Fossa (del Partido Socialista Obrero y dirigente del sindicato de la madera), fue establecido a partir de un núcleo original de organizaciones que estaba integrado por la Federación Obrera Marítima, la Federación Obrera en Construcciones Navales, la Federación Obrera de San Fernando, el Sindicato Único de Obreros en Madera y la FOSC. De este núcleo, el Comité de Solidaridad se expandió hasta agrupar a 68 organizaciones de distinta importancia. Spartacus ocupó un lugar de relevancia en su interior principalmente a través del Sindicato de Obreros Pintores, pero también mediante otras organizaciones. Las crónicas registran la inclusión de una “Seccional de Lavadores y Limpiadores de Autos”: es probable que se trate de una fracción del gremio en que militaba Badaraco, acaudillada por el dirigente espartaquista. También estaba presente la Federación Local de San Fernando en la que, como ya se ha visto, el grupo parecía tener algún predicamento.
Para expresar su posición ante la huelga, la agrupación anarquista emitió un manifiesto dirigido “a todo el proletariado, a los obreros de todos los sectores, a los trabajadores volcados en la lucha”. Allí sostenía:
Hoy, por resolución vuestra, por voluntad vuestra, es la huelga general. Desde vuestro seno, a vuestro lado, luchando junto a vosotros, los trabajadores anarquistas os invitamos a levantar la causa de la huelga general, lo más alto que os sea posible para sacarla de lo más profundo de las masas proletarias, del corazón y los puños de los millares de jóvenes, de obreras y obreros ardientemente identificados en la calle, como una sola y enérgica voluntad de clase, de la inmensa clase obrera que por sobre todas las defecciones, los derrotismos, el terror, las prisiones, deportaciones y procesos, sabe concentrar en sí misma la vigorosa respuesta de la huelga general contra el patronato industrial, la reacción y el fascismo.
Sea la huelga general la afirmación totalitaria del vuelco del proletariado en la calle. Sea el creciente y vigoroso acto donde todos los trabajadores, unidos en la lucha, por sobre las defecciones y las sombras de derrota, las jefaturas parlamentarias y de partido, divisionismo de las burocracias sindicales y todos los emboscados propósitos de entrega, hagan la recapitulación de su verdadera fraternización proletaria. Alzad, entonces, el movimiento de la huelga general al nivel de las grandes demandas del proletariado.[10]
La huelga era vista como el momento decisivo de un proceso de creciente agitación entre las masas. Se estaba entrando en una etapa de definiciones en la que las fuerzas burocráticas y aquellos que formaban parte de la oposición a las direcciones obreras, pero que pregonaban la acción de tipo institucional, se verían desbordados y derrotados por la potencia del proletaria- do en lucha. Por otra parte, Spartacus promovía que la huelga de la construcción no terminara en el reclamo de un solo sector del proletariado. La gigantesca energía movilizada alrededor de la lucha de los albañiles debía transformarse en una huelga general para que en ella encontraran cauce una multiplicidad de luchas y reclamos que hasta el momento se hallaban dispersos. De esta manera, confluirían el pedido por los procesados de Bragado y otros presos sociales, la lucha contra las leyes 4144 y de Asociación Ilícita, el antifascismo, y los reclamos por los derechos de libertad de prensa, reunión y organización.
La influencia de Spartacus en el movimiento puede apreciarse en el hecho de que buena parte de estos reclamos fueron tenidos en cuenta por el Comité de Solidaridad a la hora de declarar la huelga general. En un comunicado redactado el mismo día en que se convocaba al paro, el Comité expresaba su solidaridad con los presos de Bragado, los panaderos condena- dos a cadena perpetua y los procesados por asociación ilícita de los gremios de Chauffeurs, Panaderos y Lavadores de Autos. Se exhortaba, finalmente, al pueblo a “proseguir firmemente en la lucha por la liberación de todos los presos sociales”.[11]
Para el día 7, el Comité había dispuesto la realización de asambleas por la mañana en numerosos puntos de la Capital Federal. En cada una de las reuniones hablarían dirigentes de los gremios de la construcción y de los que se habían plegado a la lucha. Las asambleas debían confluir en un acto central a las 16 horas en Plaza Once. La organización de la huelga preveía que Cabrera hablara a las 10, en Almirante Brown y Pedro de Mendoza, barrio de la Boca. Cruz, por su parte, lo haría a las 11 en Rivadavia y Centenera. Algunos testimonios indican que este plan fue diseñado por Badaraco.[12] Los hechos de violencia sucedidos desde horas muy tempranas impidieron que este es- quema se pudiera llevar adelante. Los espartaquistas tuvieron un rol fundamental en la organización de los combates callejeros. De acuerdo con el relato de Romano: “[Badaraco] tuvo mucho que ver en la planificación de esos actos; porque no fueron actos hechos a tontas y locas; fueron actos que tuvieron una más o menos calculada efectividad”.[13] Otro militante sostiene: “la consigna que nosotros teníamos era meterle fuego al barrio. Era una directiva de Antonio Cabrera de parte de Horacio Badaraco”. Los piquetes se adueñaron de las calles antes del mediodía, no sin antes hacer uso de violencia, en especial contra los medios de transporte, para hacer cumplir las directivas del Comité de Solidaridad. “En Nazca y Arregui encontramos un ómnibus Imperial, bajamos a los pasajeros, hablamos con el conductor y después lo escupieron, la gente estaba indignada con el conductor, finalmente quemamos el ómnibus”, relata el mismo militante de Spartacus.
Más temprano, alrededor de las siete de la mañana se había producido en Villa Urquiza el primer enfrentamiento armado que tuvo como resultado tres muertos, dos policías y un manifestante, y 16 heridos. En el mismo lugar, las fuerzas del orden sufrieron otra baja un par de horas después cuando el agente Beloppo murió a causa de las heridas de bala recibida en un tiroteo con huelguistas. La policía acusó a Basanta de ser quien puso fin a la vida de uno de los agentes. Para escapar de la persecución estatal, tiempo después el militante de Spartacus debió huir de la Capital y refugiarse clandestinamente durante ocho años en San Juan, en donde llegaría a ocupar el cargo de secretario general del PC.[14] De esta manera, el grupo perdía a uno de sus principales hombres de acción.
Otros dos manifestantes murieron en extrañas circunstancias. Jaime Chudi murió en el Hospital Israelita de una “conmoción cerebral” luego de haber sido detenido por la policía. La versión oficial indicaba que Chudi falleció como consecuencia de un golpe al caerse antes de ser arrestado. El sindicato textil al que pertenecía Chudi denunció que su muerte era producto de los golpes aplicados por los agentes de la ley. Algo similar ocurrió con Jerónimo Osechuk, en el barrio de Nueva Pompeya. El relato policial sostuvo que el obrero panadero murió en un tiroteo. El diario La República dio una versión diferente del hecho: “Osechuk se hallaba ese día tranquilamente esperando la iniciación de la conferencia autorizada por la policía, en Sáenz y Roca, cuando sin que mediara incidencia alguna, se le acercó un sargento y le disparó un balazo a quemarropa”.[15] A esta altura del día, la policía ya había detenido a varios dirigentes de la huelga. Entre ellos figuraban Cruz y el secretario del Comité de Solidaridad, Mateo Fossa. A estos se le agregaría en horas de la tarde Guido Fioravanti, el principal dirigente de la construcción. Al terminar la jornada entre 500 y 3.000 personas, según las distintas fuentes, habían sido detenidas.
La gravedad de los hechos y la necesidad de luchar por la libertad de los detenidos impulsó al Comité de Solidaridad a extender por 24 horas el paro general. Pese a que se había comprometido a hacerlo, la CGT Independencia no se plegó a la huelga, así como tampoco lo hizo en un primer momento la Federación Líneas de Autos Colectivos, que en el correr de las horas cambiaría de actitud. El resto de los gremios que habían parado durante la primera jornada continuó con la lucha. La huelga prosiguió con idéntica intensidad al día anterior. Nuevamente, los medios de transporte fueron el blanco principal de los manifestantes, que hicieron todo cuanto estuvo a su alcance para evitar la circulación de ómnibus y trenes. La actividad comercial fue prácticamente nula en los barrios en los que se habían producido los principales focos de violencia.
Hacia las 6 de la tarde, el Comité de Solidaridad, “frente a las formales promesas de reapertura de los locales y la libertad de los presos”, da por concluida la huelga general. A pesar de la directivas sindicales, en algunos puntos de la ciudad, en particular en Mataderos, tuvieron lugar incidentes aislados. Por la noche, lentamente los detenidos comenzaron a recobrar su libertad. Pero todavía, el día 10 quedaban 600 detenidos. En una declaración firmada por Cabrera, la FOSC afirmaba que el Comité de Solidaridad se encontraba haciendo gestiones para que los presos fueran liberados y los locales reabiertos. Simultáneamente, el Comité de Huelga de la Construcción hacía un llamado a los trabajadores de la construcción: “a permanecer en sus puestos hasta vencer a la terquedad patronal, única responsable de los hechos sucedidos y del paro decretado”.
El conflicto liderado por los albañiles continuó durante una semana más. Fue en ese momento que el gobierno nacional tomó cartas en el asunto. El Poder Ejecutivo, a través del mismísimo presidente Justo, emplazó a las empresas a terminar con su in- transigencia y llegar a un acuerdo con los huelguistas para evitar la prolongación de un movimiento que “puede degenerar en conflictos de otra clase o facilitarlos”. En el despacho del ministro del Interior se llevaron adelante las negociaciones entre la parte obrera y la patronal. Una asamblea, realizada en el Luna Park el 23 de enero, aceptó la propuesta empresaria que fijaba salarios un tanto más bajos de los reclamados original- mente en el pliego de condiciones y puso fin al paro.
Los comunistas exhibieron el resultado de la huelga como un rotundo triunfo para la causa de los trabajadores. Algunos años después Chiarante en su biografía afirma: “La unidad del gremio, la solidaridad de los trabajadores y del pueblo en general, la justa táctica y estrategia de los dirigentes, en su mayoría comunistas, habían conseguido doblegar, por primera vez, a una patronal poderosa y a su aliado cómplice, la dictadura justista.”[16] Sin embargo, la minoría anarquista de la FOSC se mostraba en desacuerdo con el balance que hacían los comunistas y señalaba que ciertos puntos no habían podido lograrse, en especial el reconocimiento del sindicato por la patronal. La CRRA, que poseía una pequeña fracción en el interior del Sindicato de Albañiles capitaneada por Ángel Geraci, denunciaba en un documento que “se vuelve al trabajo, sin el reconocimiento del Sindicato, aceptándose en cambio comisiones paritarias que funcionarán bajo control del Estado”.[17] El lugar otorgado al Estado en la resolución del conflicto era el otro punto sobre el cual los ácratas discrepaban con la conducción del gremio. Los pequeños gremios adheridos a la Federación de la Construcción presentaron una queja, argumentando: “nuestras bases establecen claramente que las tácticas de lucha han de ser las de la acción directa (...) [y no] las gestiones legalistas solicitando los buenos oficios de legisladores y otros personajes de influencia”. Entre los firmantes de la declaración se encontraban los sindicatos de Obreros Marmoleros y Anexos, de Colocadores de Mosaicos y Azulejos, y de Colocadores de Vidrio y Herreros de Obra. La ausencia en esta lista de Obreros Pintores lleva a pensar que el gremio controlado por Spartacus no parece haber opuesto mayores reparos a la forma en que se dio por terminada la huelga.
Cabe destacar que la ausencia, entre las colecciones a las que se ha tenido acceso, del número posterior a la finalización del conflicto hace que no sea posible establecer con certeza cuál fue el balance que hizo el grupo sobre la medida de fuerza. Pero es posible reconstruir hasta cierto punto su opinión tomando en cuenta documentos posteriores al conflicto. Spartacus parecía destacar, por encima de sus discusiones con otras tendencias en el interior de la FOSC, los aspectos positivos de las lu- chas de enero: la unidad en la calle de los distintos sectores, las muestras de solidaridad y el despliegue de una capacidad combativa inédita. En un panfleto fechado en 1937, en ocasión de otra huelga de la construcción, se expresaba: “la huelga del treinta y cinco no dio iguales ventajas económicas para todos los gremios, ella levantó y afirmó la moral combativa del proletariado de la edificación, haciendo triunfar la resistencia, el sacrificio y el corazón solidario de la clase obrera sobre la soberbia y el poderío de los imperialistas”.[18] Al mismo tiempo señalaba que era necesario seguir apoyando a la FONC “a pesar de todas sus fallas, de todos sus vicios, de todas sus debilidades y desaciertos”.
La huelga general de enero de 1936 implicó la irrupción dentro del movimiento obrero de sectores de trabajadores que no se encontraban encuadrados en organizaciones que tuvieran un cierto grado de institucionalización. En cierto modo, esto determinó la forma que adoptó la lucha obrera, que rápida- mente se transformó en huelga salvaje. Una metodología que al decir de Durruty, había sido superada por los núcleos obreros organizados.[19] La capacidad combativa manifestada a lo largo de las dos jornadas desbordó a los propios organizadores de la protesta y confirmó las hipótesis de los espartaquistas sobre la gestación de una fuerza renovadora en el seno del movimiento obrero. Estas acciones radicales, como señala Iñigo Carrera, “están poniendo en evidencia, no sólo su disposición a enfrentar las condiciones en que se desarrolla su vida, sino también, al menos embrionariamente, al sistema social mismo”.[20]
El desarrollo de las huelgas salvajes no está necesariamente librado a un espontaneísmo caótico carente de dirección y objetivos. Por el contrario, la huelga salvaje suele tener estrategias propias que buscan eludir las vías oficiales para la resolución de los conflictos. Estas estrategias tienen como resultado que, al enfrentamiento habitual con la patronal, se le sume la oposición de hecho al Estado y las burocracias dirigentes. De allí el cariz violento que habitualmente adoptan este tipo de paros. La huelga salvaje había sido por antonomasia el instrumento de lucha antiinstitucional del movimiento obrero durante las dos primeras décadas del siglo XX. Con la apertura de canales oficiales de negociación y la actitud pragmática de la dirigencia sindicalista, esta metodología de protesta va cayendo en desuso y reaparece a mediados de los treinta de manera inesperada para muchos, aunque no para Spartacus. A partir de entonces, el grupo puso más énfasis que nunca en la necesidad de encauzar toda esta energía antiinstitucional en organizaciones que no la sofocaran.
[1] (Nota del autor) Marotta hace referencia a que “la crónica registra en el curso de esos años varias ‘huelgas generales’ patrocinadas por la F.O.R.A. anarquista” (Marotta, Sebastián; El movimiento sindical argentino. Su génesis y desarrollo; Buenos Aires, Ediciones Calomino, 1970; tomo III, p.330).
[2] (Nota del autor) En junio de 1931 el mayor José W. Rosasco, nombrado “interventor policial de Avellaneda” por el presidente, fue muerto a balazos por Juan Antonio Morán, militante de la Federación Obrera Marítima, de la que había sido dos veces secretario general (Ver Bayer, Osvaldo; Los anarquistas expropiadores, Simón Radowitzky y otros ensayos; Buenos Aires, Editorial Galerna, 1975).
[3] (Nota del Autor) Fuente: Entrevista Romano y Entrevista A. Badaraco.
[4] Ibidem.
[5] “La gran huelga”, en Spartacus, N° 6, noviembre de 1935.
[6] Celia Durruty. “La Federación Nacional de la Construcción”, pág. 57; en Claseobrera y peronismo, Córdoba, Pasado y Presente, 1969.
[7] “Luchas y tareas de la FORA en la organización de los trabajadores del transporte urbano”, en Spartacus N° 5, 1/5/1935.
[8] N. Iñigo Carrera. “La Alianza Obrera Spartacus” pág. 142.
[9] C. Durruty. op. cit. , pág. 65
[10] “Manifiesto de Spartacus a los trabajadores en Huelga General”, panfleto,c. enero 1936.
[11] N. Iñigo Carrera, 1936. La estrategia de la clase obrera., pág. 161.
[12] N. Iñigo Carrera. “La Alianza Obrera Spartacus.”, pág. 99.
[13] N. Iñigo Carrera. op. cit. , pág. 142.
[14] Fuente, entrevista con su hermana Olga.
[15] La República, 10/1/1936, citado en Iñigo Carrera, op. cit., pág. 197.
[16] Pedro Chiarante. Ejemplo de dirigente obrero clasista, Bs. As., Fundamen-tos, 1976, pág. 107
[17] N. Iñigo Carrera. 1936. La estrategia de la clase obrera, pág. 318.
[18] “Con los albañiles en huelga”, panfleto de la Fracción Spartacus deObreros de la Construcción.
[19] C. Durruty. op. cit, pág. 66.
[20] N. Iñigo Carrera. op. cit., pág. 288.
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